domingo, 26 de agosto de 2012

Robo.

            No toda la actividad ilegal se adhiere al modelo capitalista. El robo en supermercados, desfalco, y los hurtos en el lugar de trabajo, sobrepasan a la caridad y los servicios sociales como la vía primaria por la que la riqueza es redistribuida hacia la base de la pirámide. Los enormes números de gente que participa en el intercambio ilegal de archivos muestra lo naturalmente que nos adaptamos a la libre distribución, es, después de todo, la manera en que nuestra especie a circulado las mercancías por la mayor parte de su existencia. El robo puede ser una expresión del materialismo, pero también implica que las necesidades humanas son más importantes que los derechos de propiedad, cuando hay tantas mercancías en el mundo y tantas van a la basura, ¿por qué no debería la gente tomar lo que quieran?
            La mayoría de los robos es llevado a cabo por los empleados y tiene como víctimas a sus empleadores, cada año millones de trabajadores hurtan miles de millones de euros en mercancías y servicios de sus lugares de trabajo. Los empleados saben que están siendo explotados, y a pesar de los riesgos, muchos no pueden evitar traerse de vuelta una pequeña parte de lo que producen. Las cámaras de seguridad apuntando a cada caja registradora dan testimonio de ello.
            Se estima que el 75% de todos los trabajadores roba al menos una vez, y la mita de estos lo hacen repetidamente. Mientras tanto el 1% más rico posee más capital financiero que todo el 95% más pobre combinado. Esto significa que la riqueza de las clases más altas es más grande que toda la riqueza de las clases altas, las clases medias con el añadido de toda la riqueza de la clase trabajadora y las clases bajas.
            ¿Podemos imaginar cuanto más desigual seria esta distribución si además la gente no robara?
            Por supuesto, robar difícilmente iguala el campo de juego. Cuanto más alta es tu posición social, mejores son tus oportunidades para robar y menores son los peligros en que incurres si te cogen. Roba cinco euros, ve a la cárcel, roba cinco millones, ve al congreso. Así,  en cuanta peor posición estas, más difícilmente puedes llegar a fin de mes sin robar.
            La prohibición moral universal de robar está pensada para proteger los intereses colectivos de la humanidad contra los ladrones individuales. Irónicamente, cuando un empleado se chiva de un colega por robar, este acto acaba protegiendo los intereses individuales de unos pocos capitalistas contra los intereses colectivos de sus empleados, cuya labor es la que produce la riqueza que ellos acumulan desde el primer momento. La riqueza de una empresa está hecha del provecho extraído de los trabajadores a los que no se les paga el valor completo de su trabajo y consumidores que pagan más que el coste de producción de sus compras. La redistribución no es robar tanto como es revertir los efectos de los robos que ya están ocurriendo. El robo en el lugar de trabajo es así un reto a la moralidad de la meritocracia capitalista, sugiere un profundo descontento con el capitalismo.
            Pero desde el momento que estas expresiones de descontento son solitarias y secretas, estas no pueden interrumpir el status quo. Si robar en el curro es lo que los trabajadores hacen en lugar de rebelarse, tratando los síntomas de su explotación en vez de la enfermedad, esto puede incluso servir a los intereses de sus jefes, dándoles a los empleados una válvula de escape para librarse de la presión y permitiéndoles sobrevivir otro día para trabajar sin un aumento de sueldo. Los capitalistas toman en cuenta los costes de estos robos para sus planes de negocios. Saben que robar es un inevitable efecto secundario de la explotación que representa poco peligro como para ponerle fin. Por otro lado, la noción de que robar no cuenta como lucha de clases refuerza la dicotomía entre “legitima” organización en el lugar de trabajo por un lado y actos concretos de resistencia, venganza y supervivencia por el otro. Donde quiera que esta separación exista, la labor organizativa tiende a priorizar la burocracia sobre la iniciativa, la representación sobre la autonomía, la contemporización  sobre la confrontación, la legitimidad a los ojos del capitalismo frente a la efectividad.
            ¿Cómo sería aproximarse a la organización del trabajo, de la misma manera en que la gente actúa para robarles a sus jefes? Esto significaría concentrarse en tácticas de resistencia que se entendieran con las necesidades individuales, empezando por lo que podemos hacer por nosotras mismas con asistencia entre unas y otras. Podría significar adoptar estrategias que provean de inmediatos beneficios materiales y emocionales en nuestros propios términos. Podría significar construir conexiones a través del proceso de intentar recuperar los medios ambientes dentro de los que trabajamos y vivimos, en vez de dentro de organizaciones que indefinidamente posponen la lucha.
            Una fuerza de trabajo que se organizara de esta manera seria imposible de integrar o embaucar. Ningún jefe podría amenazarla con nada, porque su fuerza derivaría directamente de sus propias acciones, no de los compromisos que dan a los jefes rehenes y la posibilidad de ofrecer a los organizadores destacados incentivos para no luchar. Esto podría ser la peor pesadilla de cualquier jefe y de los sindicatos oficiales también.
            ¿Y que nos parecería pensar en el robo en el trabajo como si fuera una manera de cambiar el mundo en vez de simplemente sobrevivir en él?  Desde el momento que los empleados resuelven sus problemas individualmente, solo pueden confrontarlos individualmente. Robar en secreto mantiene la lucha de clases como un asunto privado, la cuestión es cómo convertirlo en un proyecto público que gane impulso. Esto cambia el foco del que  al cómo. Un pequeño objeto robado con el apoyo de los propios colegas es más significativo que un enorme robo llevado a cabo en secreto. Las mercancías robadas compartidas de una manera que construyen un sentimiento de interés común son más valiosas que un gran desfalco que solo beneficia a un empleado de la manera que lo haría una promoción o un aumento.
            El trabajo está robando a los trabajadores.  Los trabajadores tienen un mundo entero para recuperar a través del robo del trabajo.

            Esta es la historia de dos ciudades. Ambas son nominalmente suburbios de la misma ciudad del cinturón oxidado, pero lo suficientemente grandes como para ser ciudades por si mismos. Comparten la misma red de autobuses locales y el mismo periódico. Lo que las separa son dieciséis kilómetros de dispersión suburbana y un tremendo abismo de privilegio de clase.
            La primera ciudad que voy a llamar Huffmanville, es lo que nos viene a la cabeza cuando oímos las palabras “barrio residencial”. Mansiones con césped verde químico, que están esparcidas kilometro tras kilómetro de caminos serpenteantes  sin aceras. El pequeño distrito comercial del centro es descrito como un “lugar ideal para las compras” y la ciudad en si misma esta consistentemente clasificadas dentro de los rankings de las revistas nacionales de negocios como un lugar deseable para vivir y tener propiedades.  Los edificios históricos donde hace tiempo que fueron expulsados por los altos alquileres los comercios tradicionales que los habían ocupado por generaciones, ahora albergan boutiques de lujo, tiendas de vinos gourmet, y una librería de Barnes & Noble. Caros restaurantes de moda rivalizan con los de la metrópolis. Se puede ver a gente atractiva y blanca corriendo en una red de carriles bici recreacionales, lycra  en sus culos y dispositivos electrónicos en sus orejas.
            La otra ciudad, que llamare New Stolp, es lo que los demógrafos llaman una “ciudad satélite” más que una zona residencial real. Esto significa que solía ser una ciudad separada antes de que la expansión de la metrópolis la engullera, y todavía tiene una gran y relativamente viejo y denso núcleo urbano. Esta parte de New Stolp es principalmente de clases baja y trabajadora, que incluye una gran población inmigrante. Los anuncios de la ciudad están en su idioma, y la avenida principal está llena de carnicerías, tiendas de licor, tiendas de empeños, y vendedores depredadores del “adelanto del día de pago”. Las bandas son activas aquí, y los estudiantes de instituto de esta zona están sujetos a registros con detectores de metales cada día cuando llegan por la mañana. La policía ronda los barrios para mantener un ojo sobre los residentes en vez de en busca de intrusos, y rutinariamente se deshacen de los vagabundos que duermen en la estación de autobuses y los parques. En la parte baja de la ciudad, los viejos edificios de piedra y ladrillo están mayoritariamente vacíos. Los comerciantes han estado clamando por una “revitalización” durante años, y el proceso de aburguesamiento solo a empezado recientemente a lo largo de la ribera del río.
            La gente en la dispersión suburbana no se identifican con el centro urbano. Siempre hacen alguna clase de declaración calificativa cuando te dicen donde viven: “No es New Stolp New Stolp, es realmente un área agradable...”  Y finalmente como para formalizar esta división una división del condado separa las dos áreas.
            Hace unos pocos años, yo solía desplazarme por este espacio entre dos mundos: Yo vivía y trabajaba en la parte urbana de New Stolp y estudiaba arte en una universidad privada y liberal con un arbolado campus en Huffmanville.  La enseñanza allí era cara y no era la clase de sitio donde dan muchas becas u otra ayuda financiera. Pero yo estaba decidida a no endeudarme por ello, ya sabía que las deudas te convierten en una esclava.  Decidí incluso antes de matricularme, no pedir ningún préstamo, nunca: Solo continuaría estudiando si podía pagar por ello en efectivo en la oficina del administrador.
            Así que por mucho tiempo solo pude coger un curso de tres créditos por semestre, esto es todo lo que me podía permitir. Iba en autobús a Huffmanville en los días en los que tenía clase, y trabajaba todos los días que no la tenía.  Era desmoralizante,. Las cosas podían haber ido de esta manera, un curso por semestre, tres días por semana y en diez años o así, podría haberme graduado eventualmente.  Pero esto era inaceptable para mí, ¿por que debía este bello y arbolado campus ser solamente accesible para los hijos de los padres ricos de Huffmanville? Me enfurecí al, comprender que si me quería graduar más pronto tendría que hacer algo más.  Tenía que encontrar otra manera de alimentar al canalla de la oficina del administrador. Tendría que buscarme mi propia ayuda financiera.
            Durante un año después de esa decisión triunfe, desfalque sobre veinticinco mil euros de mi lugar de trabajo, una tienda de materiales de construcción propiedad de dos hombres de negocios de Huffmanville donde yo trabajaba como cajera. Nunca me cogieron o me despidieron.  Me gradué en la universidad un año más tarde.
            La tienda para la que yo trabajaba era parte de una cadena regional con otras docena, todas basadas alrededor de la casa madre en Huffmanville.  Definitivamente no un negocio de papa y mama, pero tampoco un supernegocio. De hecho, mirándolo en retrospectiva, el tamaño de mi empresa era el ideal: si hubiera sido mucho más pequeña, (una sola tienda, o un puñado) me hubiera sentido culpable por robarles, haciendo las cosas incluso más duras para la pequeña empresa que era. Por otro lado, si hubiera sido una gran multinacional, probablemente hubiera habido  demasiadas medidas de seguridad como para poder saltármelas.
            Así era, las cadena pertenecía por completo a un equipo de padre e hijo, ambos importantes en la elite de negocios local, incluso había un edificio en mi universidad que llevaba su nombre. El padre había empezado la cadena con la primera tienda y el hijo era ahora el presidente. Había algo que me encajaba también, al contrario de muchos casos de robo en el trabajo, yo conocía exactamente a quien le estaba robando, les había mirado a ambos a los ojos cuando se presentaron en la tienda para una inspección sorpresa.
            De igual modo, la tienda en particular en la que yo trabajaba era probablemente la única en toda la cadena ideal para la liberación a gran escala de dinero en efectivo. Aunque la cadena incluía algunas tiendas en Huffmanville y en otras ciudades y zonas residenciales, la mía era la única en New Stolp, en el borde de uno de los barrios más pobres de la ciudad. Era la que menos atención recibía de los dueños ya que era la que menos dinero producía, aunque suficiente para que lo que robe desapareciera sin que lo notaran. La tienda no tenía cámaras de seguridad, aunque la dirección decía que estaban ocultas, pero todos los empleados sabíamos que eso era mentira.  Gracias a una disposición pasada de moda y a unas estanterías que llegaban casi hasta el techo, había muy pocas líneas claras de visión. Finalmente, las cajas registradoras usaban un sistema anticuado que los propietarios eran demasiado tacaños  para reemplazar.
            La paga estándar para simples currelas como yo era de siete euros la hora, justo por encima del sueldo mínimo, que quizá el mánager pensó que podría comprar nuestra lealtad. Cuando empecé a trabajar allí, me tuvieron haciendo de todo en la tienda. Esto abarcaba desde limpiar los baños y almacenar la mercancía, a llenar las bombonas de butano o copiar llaves.
            Pero cuando los managers vieron lo bien que se me daba controlar la caja registradora y manejar los problemas menores que solían surgir allí, me convirtieron en cajera permanente. A medida que fueron ganando confianza en mí, empezaron a darme un considerable grado de autonomía en mi trabajo. Realmente estaba básicamente llevando la tienda sin problemas por ellos cuando estaba en mi turno. Esto me convirtió en una empleada valiosa. Les gustaba el hecho de que no necesitara supervisión, y yo era más feliz no teniéndola. Aprendí por mí misma como identificar un problema y encontrarle solución en el programa del ordenador. Tomaba decisiones fácilmente y me hacía cargo de problemas con los clientes a mi manera sin tener que llamar para que el mánager de turno me ayudara.
            Afortunadamente, nunca pensaron que esta capacidad que tenía para resolver problemas pudiera tener otros usos.
            Soy lo que se llamaría buena con los números, recordándolos, sumándolos y restándolos, llevando la cuenta total exactamente. Puedo hacer todo esto de cabeza, una habilidad que se convertiría en provechosa, dado que mi trabajo incluía manejar un casi incesante flujo de efectivo con mínima supervisión.
            De alguna manera, esta es una de las historias más viejas del capitalismo: la experta contable robando a sus menos matemáticamente inclinados y ricos clientes. Pero también había importantes diferencias. A estas alturas, ya había tenido tiempo de desarrollar mis visiones políticas, consideraba mis intereses fundamentalmente opuestos a los de los propietarios de la tienda. Quería causarles tantas perdidas como me fuera posible saliéndome con la mía, incluso de las maneras que no me beneficiaban directamente.
            Una de las maneras en las que hice esto fue cobrando a los clientes menos por sus compras de lo que debería. Como dije, era muy buena en mi trabajo, y como cualquiera que haya trabajado de cajera sabe, todo lo que eso significa es que era buena haciendo pasar a los clientes por la caja rápidamente. Algunas veces mis manos se movían tan rápido del mostrador a la bolsa que la mitad de ellas no eran captadas por el escáner, y el cliente obtenía un pequeño e inesperado descuento.  Otras veces el escáner no leía el producto así que  ponía un precio más bajo al producto, o  si el cliente me parecía agradable y nadie estaba mirando ponía el producto en la bolsa y me encogía de hombros.  ¿Aparece esta cinta de lijadora en el ordenador como invalida? Lo incluía en “miscelánea” por debajo de los 2 euros y el cliente podía irse.
            Algunos productos en la tienda, como tuercas y tornillos no tenían códigos de barras, así que usábamos el “sistema del honor” confiando en que los clientes escribirían los precios correctos en la bolsa. Esto era ridículo, no solo por los carteles explicando esto estaban escritos en nuestra lengua, que para la mayoría de nuestros clientes no era la que dominaban. Si los clientes escribían el precio yo tenía que cobrarles eso, pero cuando no lo hacían yo podía cobrarles lo que quisiera.
Digamos que una persona tiene en una bolsa lo que parecen cuarenta tornillos a 59 céntimos cada uno, yo tecleaba 20 “piezas miscelánea” a 5 céntimos cada una. La mayoría de los clientes estaban felices de aceptar los nuevos precios que les ofrecía. Unos pocos se quedaban confusos y se paraban a mirar el recibo que les daba con el cambio, preguntándose por que les había costado tan poco. “No te hagas preguntas” trataba de decirles con una rápida mirada. “Solo coge tu mierda y pírate”
            Siempre fue muy importante para mí mantener la apariencia de que hacia mi trabajo correctamente y exactamente.  Por ejemplo, siempre era muy cuidadosa si había más gente en la cola. Enfrentémoslo, algunos clientes eran unos chivatos. Puede sonar mal, pero siempre era recelosa a la hora de  dar descuentos no autorizados a los clientes si eran blancos. Sospechaba que los blancos era más probable que informaran sobre mí. Porque ciertas personas sienten que tienen que proteger los intereses de los dueños de la tienda a expensas de ellos mismos, los empleados o cualquier otro, está más allá de mi comprensión, pero algunos lo hacen.
            Mis compañeros de trabajo pronto se dieron cuenta de que no vería nada con casi todo que pudieran sacar de la tienda por la puerta principal y cargar en sus coches. De igual modo, cuando me daba cuenta de que había clientes que parecía que querían mangar, solía apartarme de la caja y pretender que estaba ocupada haciendo cualquier otra cosa, así podían escaquearse sin que yo lo notara. También robaba todo lo que necesitaba, pintura, herramientas, bombillas y así, pero no los vendía ni nada parecido. Para conseguir dinero tenía que usar otras tácticas.
            En el primitivo programa de ordenador usaba la caja registradora, solo requería un toque de tecla en cualquier momento durante la venta para convertirla en un reembolso por el mismo importe. En términos matemáticos, todos los signos de los precios podían cambiarse instantáneamente de positivos a negativos, significando que el ordenador esperaba que el dinero fuera retirado de la caja en vez de puesto en ella. Así, naturalmente, si la cajera quería que el monto de dinero en el cajón coincidiera con el monto de la suma de las ventas al final del día, solo tenía que tomar la cifra en cuestión del cajón y ponérsela en el bolsillo.
            Un concepto simple, pero sorprendentemente difícil de ejecutar repetidamente sin que te cojan. ¿Cómo conseguí estafar 25 mil euros de este modo? La respuesta se encuentra en el concepto de sostenibilidad: siendo paciente, sabiendo cuando suficiente es suficiente, siendo consciente de tus límites y no excediéndolos. Otros cajeros robaban dinero de la misma manera, obviamente no fui la primera a la que se le ocurrió esto, pero fueron demasiado avariciosos, demasiado obvios, o demasiado impacientes. Algunos vaciaron la mitad del cajón en una tarde y los cogieron. Pude sisar unos cien euros diarios mientras mantenía la apariencia exterior de una trabajadora diligente y sin levantar ninguna sospecha.
            Durante este periodo la tienda fue atracada. Los atracadores fueron listos: actuaron a la hora de cierre en el día de mayores ventas de la temporada de navidad, cuando la caja fuertes estaba tan hasta los topes de efectivo como podía estarlo. No estaba allí esa noche, y los propietario no rebelaron cuanto les habían robado, pero con mi conocimiento de las operaciones de la  tienda puedo aventurar que no podían ser más de cinco o seis mil euros. Aun sonrío al saber  que yo conseguí bastante más botín que esos atracadores. Verdaderamente me tomo más tiempo, pero yo no tuve que asustar a nadie o correr el riesgo de que alguien resultara muerto.
            Realmente me sentí mal por el mánager que acabo con un arma empotrada en su cara, no se lo merecía. Que yo sepa los dueños no le mostraron ningún reconocimiento por que su vida se viera amenazada por causa del dinero de estos. Incluso tuvo que abrir al día siguiente.
            Hasta donde yo sé, ninguno de los managers de la tienda descubrió nunca lo que estaba haciendo. Si lo hicieron, no tenían manera de probarlo, era muy cuidadosa, pero pienso que no tenían ni idea. Cualquiera que esté familiarizado con las dinámicas de los lugares en los que se trabaja por horas, sabe que hasta la más mínima evidencia es suficiente para que el jefe decida despedirte.  Si hubieran sospechado algo, hubieran hecho algo al respecto. Siendo realistas, probablemente asumían que estaba cometiendo pequeños hurtos, tratar de encontrar un empleado que no lo haga, especialmente en sitio como New Stolp, pero claramente no tenían ni idea de la escala, sino me hubieran despedido y quizá me hubiera visto en un tribunal.
            Quizá sea irónico que cuando termine de trabajar en la tienda fue porque había conseguido mi objetivo: esa finalmente una estudiante a tiempo completo en mi último año de carrera, gracias al dinero que había robado. Pero lo realmente irónico es que hoy me arrepiento de lo que hice, no robar el dinero, sino gastármelo en educación universitaria. Sueño con todas las otras cosas que podía haber hecho con 25 mil euros además de conseguir un grado que ahora considero lo siguiente a inútil.  Podía haber comprado una casa y creado un colectivo. Podía haber abierto una cafetería con zona de lectura. Podía haber dado el dinero a alguna clínica o centro comunitario en dificultades. Debería haber hecho algo con él para conectarme con otra gente como yo en vez de tratar de apañármelas por mi cuenta.

            Hoy, todavía estoy en el mercado de trabajo. La gente de New Stolp todavía hace los trabajos de limpieza y jardinería para la gente de Huffmanville. Me podía haber anotado un tanto contra mis jefes, pero la oficina del administrador rió la última.

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