No toda la
actividad ilegal se adhiere al modelo capitalista. El robo en supermercados,
desfalco, y los hurtos en el lugar de trabajo, sobrepasan a la caridad y los
servicios sociales como la vía primaria por la que la riqueza es redistribuida
hacia la base de la pirámide. Los enormes números de gente que participa en el
intercambio ilegal de archivos muestra lo naturalmente que nos adaptamos a la
libre distribución, es, después de todo, la manera en que nuestra especie a
circulado las mercancías por la mayor parte de su existencia. El robo puede ser
una expresión del materialismo, pero también implica que las necesidades
humanas son más importantes que los derechos de propiedad, cuando hay tantas
mercancías en el mundo y tantas van a la basura, ¿por qué no debería la gente
tomar lo que quieran?
La mayoría
de los robos es llevado a cabo por los empleados y tiene como víctimas a sus
empleadores, cada año millones de trabajadores hurtan miles de millones de
euros en mercancías y servicios de sus lugares de trabajo. Los empleados saben
que están siendo explotados, y a pesar de los riesgos, muchos no pueden evitar
traerse de vuelta una pequeña parte de lo que producen. Las cámaras de
seguridad apuntando a cada caja registradora dan testimonio de ello.
Se estima
que el 75% de todos los trabajadores roba al menos una vez, y la mita de estos
lo hacen repetidamente. Mientras tanto el 1% más rico posee más capital
financiero que todo el 95% más pobre combinado. Esto significa que la riqueza
de las clases más altas es más grande que toda la riqueza de las clases altas,
las clases medias con el añadido de toda la riqueza de la clase trabajadora y
las clases bajas.
¿Podemos
imaginar cuanto más desigual seria esta distribución si además la gente no
robara?
Por
supuesto, robar difícilmente iguala el campo de juego. Cuanto más alta es tu
posición social, mejores son tus oportunidades para robar y menores son los
peligros en que incurres si te cogen. Roba cinco euros, ve a la cárcel, roba
cinco millones, ve al congreso. Así, en cuanta
peor posición estas, más difícilmente puedes llegar a fin de mes sin robar.
La
prohibición moral universal de robar está pensada para proteger los intereses
colectivos de la humanidad contra los ladrones individuales. Irónicamente,
cuando un empleado se chiva de un colega por robar, este acto acaba protegiendo
los intereses individuales de unos pocos capitalistas contra los intereses
colectivos de sus empleados, cuya labor es la que produce la riqueza que ellos
acumulan desde el primer momento. La riqueza de una empresa está hecha del
provecho extraído de los trabajadores a los que no se les paga el valor
completo de su trabajo y consumidores que pagan más que el coste de producción
de sus compras. La redistribución no es robar tanto como es revertir los
efectos de los robos que ya están ocurriendo. El robo en el lugar de trabajo es
así un reto a la moralidad de la meritocracia capitalista, sugiere un profundo
descontento con el capitalismo.
Pero desde
el momento que estas expresiones de descontento son solitarias y secretas,
estas no pueden interrumpir el status quo. Si robar en el curro es lo que los
trabajadores hacen en lugar de rebelarse, tratando los síntomas de su
explotación en vez de la enfermedad, esto puede incluso servir a los intereses
de sus jefes, dándoles a los empleados una válvula de escape para librarse de
la presión y permitiéndoles sobrevivir otro día para trabajar sin un aumento de
sueldo. Los capitalistas toman en cuenta los costes de estos robos para sus
planes de negocios. Saben que robar es un inevitable efecto secundario de la
explotación que representa poco peligro como para ponerle fin. Por otro lado,
la noción de que robar no cuenta como lucha de clases refuerza la dicotomía
entre “legitima” organización en el lugar de trabajo por un lado y actos
concretos de resistencia, venganza y supervivencia por el otro. Donde quiera
que esta separación exista, la labor organizativa tiende a priorizar la
burocracia sobre la iniciativa, la representación sobre la autonomía, la contemporización
sobre la confrontación, la legitimidad a
los ojos del capitalismo frente a la efectividad.
¿Cómo sería
aproximarse a la organización del trabajo, de la misma manera en que la gente
actúa para robarles a sus jefes? Esto significaría concentrarse en tácticas de
resistencia que se entendieran con las necesidades individuales, empezando por
lo que podemos hacer por nosotras mismas con asistencia entre unas y otras.
Podría significar adoptar estrategias que provean de inmediatos beneficios
materiales y emocionales en nuestros propios términos. Podría significar
construir conexiones a través del proceso de intentar recuperar los medios
ambientes dentro de los que trabajamos y vivimos, en vez de dentro de
organizaciones que indefinidamente posponen la lucha.
Una fuerza
de trabajo que se organizara de esta manera seria imposible de integrar o
embaucar. Ningún jefe podría amenazarla con nada, porque su fuerza derivaría
directamente de sus propias acciones, no de los compromisos que dan a los jefes
rehenes y la posibilidad de ofrecer a los organizadores destacados incentivos
para no luchar. Esto podría ser la peor pesadilla de cualquier jefe y de los
sindicatos oficiales también.
¿Y que nos
parecería pensar en el robo en el trabajo como si fuera una manera de cambiar
el mundo en vez de simplemente sobrevivir en él? Desde el momento que los empleados resuelven
sus problemas individualmente, solo pueden confrontarlos individualmente. Robar
en secreto mantiene la lucha de clases como un asunto privado, la cuestión es cómo
convertirlo en un proyecto público que gane impulso. Esto cambia el foco del que al cómo. Un pequeño objeto robado
con el apoyo de los propios colegas es más significativo que un enorme robo
llevado a cabo en secreto. Las mercancías robadas compartidas de una manera que
construyen un sentimiento de interés común son más valiosas que un gran
desfalco que solo beneficia a un empleado de la manera que lo haría una
promoción o un aumento.
El trabajo está
robando a los trabajadores. Los
trabajadores tienen un mundo entero para recuperar a través del robo del
trabajo.
Esta es
la historia de dos ciudades. Ambas son nominalmente suburbios de la misma ciudad
del cinturón oxidado, pero lo suficientemente grandes como para ser ciudades
por si mismos. Comparten la misma red de autobuses locales y el mismo
periódico. Lo que las separa son dieciséis kilómetros de dispersión suburbana y
un tremendo abismo de privilegio de clase.
La
primera ciudad que voy a llamar Huffmanville, es lo que nos viene a la cabeza
cuando oímos las palabras “barrio residencial”. Mansiones con césped verde
químico, que están esparcidas kilometro tras kilómetro de caminos serpenteantes sin aceras. El pequeño distrito comercial del
centro es descrito como un “lugar ideal para las compras” y la ciudad en si
misma esta consistentemente clasificadas dentro de los rankings de las revistas
nacionales de negocios como un lugar deseable para vivir y tener propiedades. Los edificios históricos donde hace tiempo que
fueron expulsados por los altos alquileres los comercios tradicionales que los
habían ocupado por generaciones, ahora albergan boutiques de lujo, tiendas de
vinos gourmet, y una librería de Barnes & Noble. Caros restaurantes de moda
rivalizan con los de la metrópolis. Se puede ver a gente atractiva y blanca
corriendo en una red de carriles bici recreacionales, lycra en sus culos y dispositivos electrónicos en
sus orejas.
La otra
ciudad, que llamare New Stolp, es lo que los demógrafos llaman una “ciudad
satélite” más que una zona residencial real. Esto significa que solía ser una
ciudad separada antes de que la expansión de la metrópolis la engullera, y
todavía tiene una gran y relativamente viejo y denso núcleo urbano. Esta parte
de New Stolp es principalmente de clases baja y trabajadora, que incluye una
gran población inmigrante. Los anuncios de la ciudad están en su idioma, y la
avenida principal está llena de carnicerías, tiendas de licor, tiendas de empeños,
y vendedores depredadores del “adelanto del día de pago”. Las bandas son
activas aquí, y los estudiantes de instituto de esta zona están sujetos a
registros con detectores de metales cada día cuando llegan por la mañana. La
policía ronda los barrios para mantener un ojo sobre los residentes en vez de
en busca de intrusos, y rutinariamente se deshacen de los vagabundos que
duermen en la estación de autobuses y los parques. En la parte baja de la
ciudad, los viejos edificios de piedra y ladrillo están mayoritariamente
vacíos. Los comerciantes han estado clamando por una “revitalización” durante
años, y el proceso de aburguesamiento solo a empezado recientemente a lo largo
de la ribera del río.
La gente
en la dispersión suburbana no se identifican con el centro urbano. Siempre
hacen alguna clase de declaración calificativa cuando te dicen donde viven: “No
es New Stolp New Stolp, es realmente un área agradable...” Y finalmente como para formalizar esta
división una división del condado separa las dos áreas.
Hace unos
pocos años, yo solía desplazarme por este espacio entre dos mundos: Yo vivía y
trabajaba en la parte urbana de New Stolp y estudiaba arte en una universidad
privada y liberal con un arbolado campus en Huffmanville. La enseñanza allí era cara y no era la clase
de sitio donde dan muchas becas u otra ayuda financiera. Pero yo estaba
decidida a no endeudarme por ello, ya sabía que las deudas te convierten en una
esclava. Decidí incluso antes de
matricularme, no pedir ningún préstamo, nunca: Solo continuaría estudiando si
podía pagar por ello en efectivo en la oficina del administrador.
Así que
por mucho tiempo solo pude coger un curso de tres créditos por semestre, esto
es todo lo que me podía permitir. Iba en autobús a Huffmanville en los días en
los que tenía clase, y trabajaba todos los días que no la tenía. Era desmoralizante,. Las cosas podían haber
ido de esta manera, un curso por semestre, tres días por semana y en diez años
o así, podría haberme graduado eventualmente.
Pero esto era inaceptable para mí, ¿por que debía este bello y arbolado
campus ser solamente accesible para los hijos de los padres ricos de Huffmanville?
Me enfurecí al, comprender que si me quería graduar más pronto tendría que
hacer algo más. Tenía que encontrar otra
manera de alimentar al canalla de la oficina del administrador. Tendría que
buscarme mi propia ayuda financiera.
Durante
un año después de esa decisión triunfe, desfalque sobre veinticinco mil euros
de mi lugar de trabajo, una tienda de materiales de construcción propiedad de
dos hombres de negocios de Huffmanville donde yo trabajaba como cajera. Nunca
me cogieron o me despidieron. Me gradué
en la universidad un año más tarde.
La tienda
para la que yo trabajaba era parte de una cadena regional con otras docena,
todas basadas alrededor de la casa madre en Huffmanville. Definitivamente no un negocio de papa y mama,
pero tampoco un supernegocio. De hecho, mirándolo en retrospectiva, el tamaño
de mi empresa era el ideal: si hubiera sido mucho más pequeña, (una sola tienda,
o un puñado) me hubiera sentido culpable por robarles, haciendo las cosas
incluso más duras para la pequeña empresa que era. Por otro lado, si hubiera
sido una gran multinacional, probablemente hubiera habido demasiadas medidas de seguridad como para poder
saltármelas.
Así era,
las cadena pertenecía por completo a un equipo de padre e hijo, ambos
importantes en la elite de negocios local, incluso había un edificio en mi
universidad que llevaba su nombre. El padre había empezado la cadena con la
primera tienda y el hijo era ahora el presidente. Había algo que me encajaba
también, al contrario de muchos casos de robo en el trabajo, yo conocía
exactamente a quien le estaba robando, les había mirado a ambos a los ojos
cuando se presentaron en la tienda para una inspección sorpresa.
De igual
modo, la tienda en particular en la que yo trabajaba era probablemente la única
en toda la cadena ideal para la liberación a gran escala de dinero en efectivo.
Aunque la cadena incluía algunas tiendas en Huffmanville y en otras ciudades y
zonas residenciales, la mía era la única en New Stolp, en el borde de uno de
los barrios más pobres de la ciudad. Era la que menos atención recibía de los
dueños ya que era la que menos dinero producía, aunque suficiente para que lo
que robe desapareciera sin que lo notaran. La tienda no tenía cámaras de
seguridad, aunque la dirección decía que estaban ocultas, pero todos los
empleados sabíamos que eso era mentira. Gracias a una disposición pasada de moda y a
unas estanterías que llegaban casi hasta el techo, había muy pocas líneas
claras de visión. Finalmente, las cajas registradoras usaban un sistema
anticuado que los propietarios eran demasiado tacaños para reemplazar.
La paga
estándar para simples currelas como yo era de siete euros la hora, justo por
encima del sueldo mínimo, que quizá el mánager pensó que podría comprar nuestra
lealtad. Cuando empecé a trabajar allí, me tuvieron haciendo de todo en la
tienda. Esto abarcaba desde limpiar los baños y almacenar la mercancía, a
llenar las bombonas de butano o copiar llaves.
Pero
cuando los managers vieron lo bien que se me daba controlar la caja
registradora y manejar los problemas menores que solían surgir allí, me
convirtieron en cajera permanente. A medida que fueron ganando confianza en mí,
empezaron a darme un considerable grado de autonomía en mi trabajo. Realmente
estaba básicamente llevando la tienda sin problemas por ellos cuando estaba en
mi turno. Esto me convirtió en una empleada valiosa. Les gustaba el hecho de
que no necesitara supervisión, y yo era más feliz no teniéndola. Aprendí por mí
misma como identificar un problema y encontrarle solución en el programa del ordenador.
Tomaba decisiones fácilmente y me hacía cargo de problemas con los clientes a
mi manera sin tener que llamar para que el mánager de turno me ayudara.
Afortunadamente,
nunca pensaron que esta capacidad que tenía para resolver problemas pudiera
tener otros usos.
Soy lo
que se llamaría buena con los números, recordándolos, sumándolos y restándolos,
llevando la cuenta total exactamente. Puedo hacer todo esto de cabeza, una
habilidad que se convertiría en provechosa, dado que mi trabajo incluía manejar
un casi incesante flujo de efectivo con mínima supervisión.
De alguna
manera, esta es una de las historias más viejas del capitalismo: la experta
contable robando a sus menos matemáticamente inclinados y ricos clientes. Pero
también había importantes diferencias. A estas alturas, ya había tenido tiempo
de desarrollar mis visiones políticas, consideraba mis intereses
fundamentalmente opuestos a los de los propietarios de la tienda. Quería causarles
tantas perdidas como me fuera posible saliéndome con la mía, incluso de las
maneras que no me beneficiaban directamente.
Una de
las maneras en las que hice esto fue cobrando a los clientes menos por sus
compras de lo que debería. Como dije, era muy buena en mi trabajo, y como
cualquiera que haya trabajado de cajera sabe, todo lo que eso significa es que
era buena haciendo pasar a los clientes por la caja rápidamente. Algunas veces
mis manos se movían tan rápido del mostrador a la bolsa que la mitad de ellas
no eran captadas por el escáner, y el cliente obtenía un pequeño e inesperado
descuento. Otras veces el escáner no
leía el producto así que ponía un precio
más bajo al producto, o si el cliente me
parecía agradable y nadie estaba mirando ponía el producto en la bolsa y me
encogía de hombros. ¿Aparece esta cinta
de lijadora en el ordenador como invalida? Lo incluía en “miscelánea” por
debajo de los 2 euros y el cliente podía irse.
Algunos
productos en la tienda, como tuercas y tornillos no tenían códigos de barras,
así que usábamos el “sistema del honor” confiando en que los clientes
escribirían los precios correctos en la bolsa. Esto era ridículo, no solo por
los carteles explicando esto estaban escritos en nuestra lengua, que para la
mayoría de nuestros clientes no era la que dominaban. Si los clientes escribían
el precio yo tenía que cobrarles eso, pero cuando no lo hacían yo podía
cobrarles lo que quisiera.
Digamos que una persona tiene en una bolsa lo que parecen
cuarenta tornillos a 59 céntimos cada uno, yo tecleaba 20 “piezas miscelánea” a
5 céntimos cada una. La mayoría de los clientes estaban felices de aceptar los
nuevos precios que les ofrecía. Unos pocos se quedaban confusos y se paraban a
mirar el recibo que les daba con el cambio, preguntándose por que les había
costado tan poco. “No te hagas preguntas” trataba de decirles con una rápida
mirada. “Solo coge tu mierda y pírate”
Siempre
fue muy importante para mí mantener la apariencia de que hacia mi trabajo
correctamente y exactamente. Por
ejemplo, siempre era muy cuidadosa si había más gente en la cola.
Enfrentémoslo, algunos clientes eran unos chivatos. Puede sonar mal, pero
siempre era recelosa a la hora de dar
descuentos no autorizados a los clientes si eran blancos. Sospechaba que los
blancos era más probable que informaran sobre mí. Porque ciertas personas
sienten que tienen que proteger los intereses de los dueños de la tienda a
expensas de ellos mismos, los empleados o cualquier otro, está más allá de mi
comprensión, pero algunos lo hacen.
Mis
compañeros de trabajo pronto se dieron cuenta de que no vería nada con casi
todo que pudieran sacar de la tienda por la puerta principal y cargar en sus
coches. De igual modo, cuando me daba cuenta de que había clientes que parecía
que querían mangar, solía apartarme de la caja y pretender que estaba ocupada
haciendo cualquier otra cosa, así podían escaquearse sin que yo lo notara. También
robaba todo lo que necesitaba, pintura, herramientas, bombillas y así, pero no
los vendía ni nada parecido. Para conseguir dinero tenía que usar otras
tácticas.
En el
primitivo programa de ordenador usaba la caja registradora, solo requería un
toque de tecla en cualquier momento durante la venta para convertirla en un
reembolso por el mismo importe. En términos matemáticos, todos los signos de
los precios podían cambiarse instantáneamente de positivos a negativos,
significando que el ordenador esperaba que el dinero fuera retirado de la caja
en vez de puesto en ella. Así, naturalmente, si la cajera quería que el monto de
dinero en el cajón coincidiera con el monto de la suma de las ventas al final
del día, solo tenía que tomar la cifra en cuestión del cajón y ponérsela en el
bolsillo.
Un
concepto simple, pero sorprendentemente difícil de ejecutar repetidamente sin
que te cojan. ¿Cómo conseguí estafar 25 mil euros de este modo? La respuesta se
encuentra en el concepto de sostenibilidad: siendo paciente, sabiendo cuando
suficiente es suficiente, siendo consciente de tus límites y no excediéndolos.
Otros cajeros robaban dinero de la misma manera, obviamente no fui la primera a
la que se le ocurrió esto, pero fueron demasiado avariciosos, demasiado obvios,
o demasiado impacientes. Algunos vaciaron la mitad del cajón en una tarde y los
cogieron. Pude sisar unos cien euros diarios mientras mantenía la apariencia
exterior de una trabajadora diligente y sin levantar ninguna sospecha.
Durante
este periodo la tienda fue atracada. Los atracadores fueron listos: actuaron a
la hora de cierre en el día de mayores ventas de la temporada de navidad,
cuando la caja fuertes estaba tan hasta los topes de efectivo como podía
estarlo. No estaba allí esa noche, y los propietario no rebelaron cuanto les
habían robado, pero con mi conocimiento de las operaciones de la tienda puedo aventurar que no podían ser más
de cinco o seis mil euros. Aun sonrío al saber
que yo conseguí bastante más botín que esos atracadores. Verdaderamente
me tomo más tiempo, pero yo no tuve que asustar a nadie o correr el riesgo de
que alguien resultara muerto.
Realmente
me sentí mal por el mánager que acabo con un arma empotrada en su cara, no se
lo merecía. Que yo sepa los dueños no le mostraron ningún reconocimiento por
que su vida se viera amenazada por causa del dinero de estos. Incluso tuvo que
abrir al día siguiente.
Hasta
donde yo sé, ninguno de los managers de la tienda descubrió nunca lo que estaba
haciendo. Si lo hicieron, no tenían manera de probarlo, era muy cuidadosa, pero
pienso que no tenían ni idea. Cualquiera que esté familiarizado con las
dinámicas de los lugares en los que se trabaja por horas, sabe que hasta la más
mínima evidencia es suficiente para que el jefe decida despedirte. Si hubieran sospechado algo, hubieran hecho
algo al respecto. Siendo realistas, probablemente asumían que estaba cometiendo
pequeños hurtos, tratar de encontrar un empleado que no lo haga, especialmente
en sitio como New Stolp, pero claramente no tenían ni idea de la escala, sino
me hubieran despedido y quizá me hubiera visto en un tribunal.
Quizá sea
irónico que cuando termine de trabajar en la tienda fue porque había conseguido
mi objetivo: esa finalmente una estudiante a tiempo completo en mi último año
de carrera, gracias al dinero que había robado. Pero lo realmente irónico es
que hoy me arrepiento de lo que hice, no robar el dinero, sino gastármelo en
educación universitaria. Sueño con todas las otras cosas que podía haber hecho
con 25 mil euros además de conseguir un grado que ahora considero lo siguiente
a inútil. Podía haber comprado una casa
y creado un colectivo. Podía haber abierto una cafetería con zona de lectura.
Podía haber dado el dinero a alguna clínica o centro comunitario en
dificultades. Debería haber hecho algo con él para conectarme con otra gente
como yo en vez de tratar de apañármelas por mi cuenta.
Hoy,
todavía estoy en el mercado de trabajo. La gente de New Stolp todavía hace los
trabajos de limpieza y jardinería para la gente de Huffmanville. Me podía haber
anotado un tanto contra mis jefes, pero la oficina del administrador rió la última.
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