Prostituirse: Podemos
aprender mucho del capitalismo de esta expresión. “Poner los talentos propios
al servicio de un uso que no merece la pena UNWORTHY por la búsqueda de una
ganancia financiera”: ¿Quién no hace eso en nuestros días? Pero a los hombres
de negocios y a los profesores no se les llama prostitutas cualesquiera que sean de poco valiosos los usos para
los que emplean sus talentos, esta desgracia es proyectada hacia las mujeres y
renegados de genero demasiado pobres para ser llamadas “acompañantes”. Como en
el trabajo domestico, se encuentra inadecuado pedir un pago por cosas que
cualquiera vende en el tiovivo de la moda: atrae demasiada luz hacia las dinámicas
del trabajo en cada nivel de la sociedad. La sexualidad es sagrada, eso es, las
formas que toma y los usos que se le pueden dar están estrictamente dictados
por las tradiciones patriarcales. Poner
los talentos propios para usos ilegítimos es atribuido a aquellos que se
ven forzados a hacerlo para sobrevivir, no a aquellos que fuerzan a otros a
hacerlo.
Los que se
aprovechan de la industria del sexo no son trabajadoras sexuales más que los
que se aprovechan del trabajo en las minas son mineros. La mayor parte del
beneficio va a los empresarios pornográficos y los proxenetas. Las leyes que
son ostensiblemente desplegadas para proteger la moralidad pública y “proteger”
a las mujeres principalmente sirven para controlar una de las pocas industrias
en que las mujeres y otros significados por su sexualidad podrían tener una ventaja.
¿Qué dice de la moralidad publica que sea legal destrozar el medio ambiente ,
pero ilegal que una mujer se resista a la pobreza obteniendo dinero a cambio de
sexo?
Mientras
tanto, “exitosas” trabajadoras sexuales juegan el papel de mostrar que la mejor
manera de salir adelante es someterse a los caprichos sexuales de los hombres.
Esto es tan cierto para Madonna, Angelina Jolie y otras que se venden como
reclamo sexual como para las estrellas del porno declaradas. La idea de que el
trabajo sexual puede dar poder es una versión
del mito de que el capitalismo produce democracia y libertad. Es ciertamente
mucho mejor cobrar 80 euros a la hora
que 8, pero es todavía trabajo.
Muchas trabajadoras del sexo “empoderadas” deben sus ganancias a la construcción
patriarcal de la sexualidad que sistemáticamente quita poder a las mujeres, del
mismo modo que las cooperativas propiedad de los obreros todavía se apoyan en
el mercado y en la explotación inherente a el, para su supervivencia.
La
industria del sexo ofrece un instructivo microcosmos de la relación interactiva
entre el desarrollo tecnológico, la alineación social y la explotación
capitalista. Hace menos de cien años, el trabajo sexual permanecía en una fase
de desarrollo preindustrial, consistiendo principalmente en encuentros cara a
cara entre individuos. En el siglo XX, las nuevas tecnologías permitieron a los
capitalistas amasar capital en la forma de películas pornográficas: podían
pagar a las trabajadoras sexuales un sueldo puntual por una actuación a cambio
de un producto del que podían obtener un provecho continuo. La pornografía ya
era miles de años antigua, por supuesto, lo que era nuevo era la capacidad de
producir simulacros sexuales realistas a gran escala. De la misma forma que las
factorías cambiaron el resto de la economía, esto acelero el proceso por el
cual los beneficiarios de la industria sexual acumulaban capital. Esto también
dio a las compañías que producían esta pornografía una gran influencia sobre la
sexualidad de millones de consumidores, no estaban solamente vendiendo
gratificación sexual, sino también construyéndola.
Los
desarrollos tecnológicos subsecuentes han continuado dando forma a la
sexualidad de los consumidores. En gran parte del mundo “desarrollado”, la mayoría
de los encuentros sexuales de los hombres tienen lugar con maquinas, o al menos
son mediados por ellas. La sexualidad moderna esta tan enfocada en lo virtual
que en las relaciones de la vida real los participantes tienden a actuar según
roles propagados por la industria del sexo. En este aspecto, la pornografía cosifica
los roles de genero con cientos de años
de antigüedad mientras los moderniza y ajusta. Con el paso de unas pocas
generaciones el abanico de prácticas sexuales reconocidas y de identidades de género
se ha diversificado, pero ninguna de ellas esta más allá de la influencia del
capitalismo, desde el punto de vista de un economista, es simplemente una
materia de nuevos nichos de mercado abriéndose.
Los
imperativos del beneficio no solo dan forma a la construcción social de sexo y
genero, también dan forma a su construcción biológica. Viagra, testosterona,
píldoras anticonceptivas: el género se produce en los laboratorios de las
compañías farmacéuticas no menos de lo que se hace en instituciones más
antiguas como la familia. Esto vale tanto para los atletas que toman esteroides
como para las personas que se hacen implantes de silicona. El genero no solo se
usa para impulsar líneas de productos, es simultáneamente una identidad de
consumidor, una mercancía,y un aspecto de vendernos
nosotros mismos que funciona incluso fuera del puesto de trabajo.
En este
contexto, la desviación de las normas de género construidas se ha visto
apropiada como fenómeno medico para confirmar que estas normas son más
“naturales” que los cuerpos en los que hemos nacido. Promoviendo una narrativa
en la que los transexuales son mujeres “atrapadas en un cuerpo de hombre” y
viceversa las autoridades medicas y psiquiatricas implican que las categorías hombre y mujer son universales y exhaustivas. Paradójicamente, permitiendo a
la gente pasar entre categorías supuestamente inmutables, cimientan la hegemonía
del sistema patriarcal de dos géneros, y la exclusión de cualquiera que no
puede o no quiere elegir un bando.
Así, desde
el placer a la identidad de género, el capitalismo influencia hasta los más íntimos
detalles de cada aspecto de la vida. Facetas de nosotras mismas que un día se
desarrollaron fuera de sus dictados, son colonizadas por el mercado hasta que
solo podemos acceder a ellas a través de el: por ejemplo, el hombre que
encuentra difícil masturbarse sin exponerse a la pornografía de gran consumo. Cuando
la sexualidad es modelada por las fuerzas económicas y las relaciones sexuales
a menudo ocurren entre participantes con diferente acceso a los recursos, puede
ser difícil distinguir el trabajo sexual del sexo, punto
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