Las factorías que producen la mayoría
de las mercancías que pensamos que son necesarias hoy, emergieron al
final del siglo XVIII con el comienzo de la revolución industrial. Esto
transformo la manufactura, la agricultura, el transporte y casi
cualquier otro aspecto de la vida.
Desde el principio, la mecanización
encendió la resistencia. Algunas centurias de privatización de la
agricultura habían ya lanzado a muchas personas fuera de sus
tierras, y ahora las nuevas tecnologías estaban convirtiendo a
habilidosos artesanos en mendigos. La apestosas y ruidosas ciudades
factoría deben haber parecido una escena procedente del mismo
infierno, absorbiendo a los desposeídos y construyendo una
maquinaria diabólica con sus cuerpos. En respuesta los ludditas
quemaron molinos y maquinaria, suponiendo tal amenaza que en algún
momento se desplegaron más tropas para combatirlos que las que se
utilizaron contra Napoleón.
El sistema de de factorías fue una
bendición un tanto envenenada para los capitalistas que lo crearon.
Por un lado, consolidaba su poder como clase propietaria: los
artesanos trabajando en sus casas con sus propias herramientas
simplemente no podían competir. Esto permitió a los capitalistas
controlar la actividad de los obreros directamente mientras que antes
solo podían comprar el producto de su labor. Además la
industrialización dio a los capitalistas de algunas naciones una
tremenda ventaja frente a sus competidores de otros países,
preparando el escenario para una nueva ola brutal de colonización
europea.
Por otro lado, la mecanización
requiere una concentración de trabajadores sin precedentes, tanto en
las factorías en si mismas como en los centros urbanos donde estas
estaban localizadas. Esta concentración podía tener resultados
explosivos, como paso en 1871 cuando los trabajadores y los urbanitas
pobres se levantaron en rebelión contra el gobierno francés para
establecer la comuna de Paris, que tuvo corta vida. Incluso entre
estas rebeliones, los capitalistas estaban expuestos a las huelgas, y
nunca sabían cuando un problema en una fabrica podía convertirse en
una insurrección.
Los dueños de las factorías también
tenían otro problema. Podían producir más productos que nunca
antes, pero estaban alcanzando los limites del mercado: simplemente
no había bastante gente con dinero para comprar todo lo que podían
producir. Como cada hora de trabajo les producía un beneficio, los
empresarios compelían al populacho oprimido a trabajar tanto como
les fuera posible. Pero a medida que la resistencia crecía y se volvía contra la estafa, los capitalistas tenían que encontrar una nueva manera de
maximizar los beneficios. En lugar de tratar de exprimir incluso más
horas de trabajo de cada trabajador, decidieron exprimir más
producción de cada hora de trabajo. Usando unos poderes de
supervisión sin precedentes que la factoría les ofrecía,
organizaron el proceso de producción para hacerlo incluso más
eficiente e intensivo.
A comienzos de siglo XX, el magnate de
los automóviles Henry Ford encontró la combinación ganadora de
líneas de montaje, estandarización y productos baratos inaugurando
la era de producción y consumo masivos. Ford consideraba la factoría
como una maquina en si misma, y lo preparo para convertir a los
trabajadores en engranajes más eficientes dentro de ella. Esto hizo las
labores cada vez mas especializadas y repetitivas, así pues los
trabajadores tenían cada vez menos consciencia del contexto total en
que se incluía su trabajo. En las siguientes décadas, a medida que
la producción y el consumo masivos se volvían la norma a lo largo y
ancho del mundo, esta alineación empezó a ser imitada en la
sociedad en su conjunto, que se convirtió en una suerte de factoría
social que funcionaba de acuerdo a la lógica de la cadena de
montaje. Las escuelas producían en masa trabajadores intercambiables
preparados para asumir su puesto donde fuera, los automóviles
inscribieron nuevos canales de comercio en el paisaje en forma de
autopistas y suburbios.
Por supuesto, las poblaciones de
trabajadores seguían peligrosamente concentradas, y la
intensificación del trabajo tenia el potencial de provocar la chispa
de la intensificación de la resistencia. El uso de la automatización
hacia difícil provocar la competición en la misma fabrica, como los
predecesores de Ford hacían. Peor todavía, los trabajadores eran
tan contrarios a la embrutecedora experiencia de la cadena de montaje
que se venían despidiendo en manada; Ford estaba perdiendo dinero al
tener que entrenar nuevos reemplazos constantemente.
Su solución fue comprar la fuerza de
trabajo por completo dando a sus empleados una participación de la
prosperidad industrial. Empezando en 1914, Ford pagaba a sus
trabajadores el doble del sueldo corriente, garantizándoles ocho
horas de trabajo diario, y ofreciéndoles un plan de reparto de los
beneficios que les permitiría comprar el mismo modelo TS que
producían. La resultante expansión del mercado de automóviles
permitió a Ford absorber el costo de los salarios altos
incrementando producción y ventas años tras año. Este compromiso
pronto se extendió por todo el mundo industrializado; en efecto esto
marco la invención de la moderna clase media, y así mismo del
moderno tiempo de ocio. Los capitalistas hicieron virtud de la
necesidad, forzados a garantizar dinero y tiempo libre a los
explotados, inventaron el consumo masivo así el consumo y tiempo que
concedían podría eventualmente volver a ellos.
Elevar los salarios permitió a Ford
cortar un intento de crear sindicatos en su fabrica. Pero a largo
plazo, uno de los efectos de su compromiso fue la creación de estos,
durante mucho tiempo la oposición fuera de la ley al capitalismo que
finalmente encontraron un rol fundamental en el funcionamiento de
este. Al forzar a los empresarios a mantener los sueldos lo bastante
altos para que los obreros pudieran permitirse mercancías de
consumo, evitaron que el capitalismo mismo destruyera su propia base
de consumidores. Centrándose en la negociación de los sueldos, los
sindicatos orientaron las luchas de los obreros lejos de una revolución rotunda hacia el regateo colectivo institucionalizado. Burócratas
sindicales crecieron al lado de los burócratas corporativos,
convirtiéndose en profesionales cuyo principal interés era avanzar
en sus carreras. Los sindicatos dejaron de oponerse a la
intensificación y expansión del trabajo en si mismo – lo que era
bueno para el trabajo era bueno para los sindicatos, fuera o no bueno
para los trabajadores.
Esta profesionalización de la lucha
obrera tubo lugar también en los países “en vías de desarrollo”,
transformando las luchas contra el trabajo en luchas por una porción
más grande del beneficio que producían. Irónicamente, donde quiera
que la clase capitalista no se había desarrollado lo suficiente para
implementar las innovaciones de Ford, estas fueron impuestas por los
representantes burocráticos de la lucha obrera.
En la Rusia soviética por ejemplo, el
fordismo fue abrazado como modelo para la rápida industrialización.
Josef Stalin proclamaría aprobatoriamente: “La eficiencia
americana es una fuerza tan indómita que ni conoce ni reconoce
obstáculos” mientras presidía una transformación a la
agricultura mecanizada que costaría millones de vidas. Es posible
ver la revolución Bolchevique como una versión exótica del
compromiso fordista en la que las luchas de los trabajadoras fueron
dirigidas para mantener la nueva clase gobernante burocrática a
cambio de una porción de bienes de consumo.
En cualquier caso, los compromisos en
el capitalismo raramente duran mucho. Empezando en los años sesenta,
los capitalistas enfrentaron una serie de nuevas crisis cuando sus
estrategias de expansión económica volvieron a alcanzar sus limites
y una nueva generación de trabajadores rompieron con los sindicatos
para rebelarse contra el trabajo. Los movimientos juveniles que
sacudieron el planeta de Paris y Praga hasta Chicago y Shanghai a
menudo enmarcaban sus proyectos en términos utópicos, pero se
estaban rebelando contra algo concreto y familiar: la tregua de sus
padres con la explotación. Los costes de esta tregua se estaban
haciendo patentes con la destrucción del mundo natural y la
alineación de la vida diaria. Al mismo tiempo, las empresas que se
habían beneficiado más del compromiso fordista – las que
fabricaban automóviles, electrodomésticos y otras mercancías
duraderas – estaban empezando a declinar a medida que cada vez
encontraban menos compradores para sus productos.
Así, como Ford antes que ellos, los
capitalistas reorganizaron los procesos de producción y consumo para
hacerlos más estables y provechosos. Ayudados por las nuevas
tecnologías de la comunicación, extendieron la fabricación a los
largo y ancho del planeta, dejando a un lado a las fuerzas de trabajo
más rebeldes u organizadas y explotando a cualquiera que estuviera
en situación desesperada. Los empresarios retrocedieron en materia
de empleo formal a largo plazo en favor de otras formas de trabajo
más flexibles, en vista a cargar a sus trabajadores directamente con
los riesgos del mercado. Economías de escala, en la que las
corporaciones ahorran dinero produciendo masivamente un pequeño
numero de mercancías estandarizadas, fueron suplementadas con
economías de posibilidades, en las cuales con la misma infraestructura se
usaba para producir un amplio despliegue de productos. Los mercados de
consumo se diversificaron de acuerdo con esto y el individuo
producido en masa – un conformista que, no obstante, represento una
amenaza al orden publico en tiempos de rebelión – fue reemplazado
por un infinito repertorio de diferentes identidades de consumidor.
Así la fuerza de trabajo que había sido tan peligrosa cuando estaba
unida acabo fragmentada de todas las maneras posibles.
Una vez más estos cambios en
producción y consumo fueron grabados sobre la sociedad y la tierra.
En los países desarrollados la factoría social ya no produce más
trabajadores que traten de mantenerse toda la vida en la misma
carrera, las florecientes ciudades del siglo pasado se han convertido
en algunas partes en desolados espacios oxidados con algunos cafés y
universidades.
Hoy todavía existen factorías, pero
el equipamiento computerizado y el proceso de datos les permiten
emplear cada vez un numero decreciente de trabajadores. Esta
creciente fuerza de trabajo sobrante ha sido absorbida por el sector
servicios en las partes ricas del mundo, en las partes pobres, se le
abandona a su suerte.
Así como Ford concibió su fabrica
como una maquina, la cadena de montaje proveyó el modelo para las
cadenas globales de suministros, redes de grandes y pequeños
fabricantes contratados y coordinados por corporaciones gigantes: las
materias primas pueden ser procesadas en India o Brasil, ensambladas
en Hong Kong, y vendidas en Los Ángeles.
A diferencia de las factorías del
pasado, estas redes son invulnerables a los peligros relacionados con
la concentración de la fuerza de trabajo; si un nodo en la basta red
se rebela, su papel puede ser transferido a cualquier sitio aunque
sea al otro lado del planeta.
Paradójicamente, este “post-fordismo”
económico a revivido formas de trabajo que parecían haber
desaparecido con el ascenso de la automatización. Como las
industrias principales ya no necesitan a la mayoría de la gente que
el capitalismo a desposeído, se pueden conseguir trabajadores muy
baratos para las maquiladoras – empresas de baja tecnología,
sitios de trabajo miserable que requieren muy poca inversión en
maquinaria - en cualquier parte del mundo. Estas maquiladoras están
perfectamente adaptadas a las demandas fluidas de la producción
contemporánea, que puede un día necesitar coser zapatillas y al
siguiente mangas de camiseta. Son a menudo la única manera de
mantenerse al día de las demandas de un mercado de consumo basado en
la novedad y la exclusividad de un millón de diferentes productos.
En este contexto, los sindicatos están lamentablemente obsoletos y pasados de moda. La regulación institucionalizada de
la oferta de trabajo para estabilizar el mercado parece que no
volverá a ser necesaria, así que su utilidad para el capitalismo a
terminado; de igual modo la producción ya no depende de rígidas
concentraciones demográficas que una vez se convirtieron en una
amenaza para los negocios. Las anticapitalistas todavía estamos
buscando por cualquier lado nuevas formas de resistencia que puedan
ocupar el lugar de los sindicatos y las huelgas.
Racionalizar. v.-tr. 1. Intento
de explicar o justificar (el comportamiento o la actitud, propios o
ajenos) con razones lógicas y plausibles, incluso si estas no son
verdad o apropiadas. Ver nota en mentir. 2. Hacer (una
compañía, proceso o industria) más eficiente organizándose de tal
manera que se pueda prescindir de personal y equipamiento
innecesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario