domingo, 26 de agosto de 2012

Factorias.

Las factorías que producen la mayoría de las mercancías que pensamos que son necesarias hoy, emergieron al final del siglo XVIII con el comienzo de la revolución industrial. Esto transformo la manufactura, la agricultura, el transporte y casi cualquier otro aspecto de la vida.
Desde el principio, la mecanización encendió la resistencia. Algunas centurias de privatización de la agricultura habían ya lanzado a muchas personas fuera de sus tierras, y ahora las nuevas tecnologías estaban convirtiendo a habilidosos artesanos en mendigos. La apestosas y ruidosas ciudades factoría deben haber parecido una escena procedente del mismo infierno, absorbiendo a los desposeídos y construyendo una maquinaria diabólica con sus cuerpos. En respuesta los ludditas quemaron molinos y maquinaria, suponiendo tal amenaza que en algún momento se desplegaron más tropas para combatirlos que las que se utilizaron contra Napoleón.
El sistema de de factorías fue una bendición un tanto envenenada para los capitalistas que lo crearon. Por un lado, consolidaba su poder como clase propietaria: los artesanos trabajando en sus casas con sus propias herramientas simplemente no podían competir. Esto permitió a los capitalistas controlar la actividad de los obreros directamente mientras que antes solo podían comprar el producto de su labor. Además la industrialización dio a los capitalistas de algunas naciones una tremenda ventaja frente a sus competidores de otros países, preparando el escenario para una nueva ola brutal de colonización europea.
Por otro lado, la mecanización requiere una concentración de trabajadores sin precedentes, tanto en las factorías en si mismas como en los centros urbanos donde estas estaban localizadas. Esta concentración podía tener resultados explosivos, como paso en 1871 cuando los trabajadores y los urbanitas pobres se levantaron en rebelión contra el gobierno francés para establecer la comuna de Paris, que tuvo corta vida. Incluso entre estas rebeliones, los capitalistas estaban expuestos a las huelgas, y nunca sabían cuando un problema en una fabrica podía convertirse en una insurrección.
Los dueños de las factorías también tenían otro problema. Podían producir más productos que nunca antes, pero estaban alcanzando los limites del mercado: simplemente no había bastante gente con dinero para comprar todo lo que podían producir. Como cada hora de trabajo les producía un beneficio, los empresarios compelían al populacho oprimido a trabajar tanto como les fuera posible. Pero a medida que la resistencia crecía y se volvía contra la estafa, los capitalistas tenían que encontrar una nueva manera de maximizar los beneficios. En lugar de tratar de exprimir incluso más horas de trabajo de cada trabajador, decidieron exprimir más producción de cada hora de trabajo. Usando unos poderes de supervisión sin precedentes que la factoría les ofrecía, organizaron el proceso de producción para hacerlo incluso más eficiente e intensivo.
A comienzos de siglo XX, el magnate de los automóviles Henry Ford encontró la combinación ganadora de líneas de montaje, estandarización y productos baratos inaugurando la era de producción y consumo masivos. Ford consideraba la factoría como una maquina en si misma, y lo preparo para convertir a los trabajadores en engranajes más eficientes dentro de ella. Esto hizo las labores cada vez mas especializadas y repetitivas, así pues los trabajadores tenían cada vez menos consciencia del contexto total en que se incluía su trabajo. En las siguientes décadas, a medida que la producción y el consumo masivos se volvían la norma a lo largo y ancho del mundo, esta alineación empezó a ser imitada en la sociedad en su conjunto, que se convirtió en una suerte de factoría social que funcionaba de acuerdo a la lógica de la cadena de montaje. Las escuelas producían en masa trabajadores intercambiables preparados para asumir su puesto donde fuera, los automóviles inscribieron nuevos canales de comercio en el paisaje en forma de autopistas y suburbios.
Por supuesto, las poblaciones de trabajadores seguían peligrosamente concentradas, y la intensificación del trabajo tenia el potencial de provocar la chispa de la intensificación de la resistencia. El uso de la automatización hacia difícil provocar la competición en la misma fabrica, como los predecesores de Ford hacían. Peor todavía, los trabajadores eran tan contrarios a la embrutecedora experiencia de la cadena de montaje que se venían despidiendo en manada; Ford estaba perdiendo dinero al tener que entrenar nuevos reemplazos constantemente.
Su solución fue comprar la fuerza de trabajo por completo dando a sus empleados una participación de la prosperidad industrial. Empezando en 1914, Ford pagaba a sus trabajadores el doble del sueldo corriente, garantizándoles ocho horas de trabajo diario, y ofreciéndoles un plan de reparto de los beneficios que les permitiría comprar el mismo modelo TS que producían. La resultante expansión del mercado de automóviles permitió a Ford absorber el costo de los salarios altos incrementando producción y ventas años tras año. Este compromiso pronto se extendió por todo el mundo industrializado; en efecto esto marco la invención de la moderna clase media, y así mismo del moderno tiempo de ocio. Los capitalistas hicieron virtud de la necesidad, forzados a garantizar dinero y tiempo libre a los explotados, inventaron el consumo masivo así el consumo y tiempo que concedían podría eventualmente volver a ellos.
Elevar los salarios permitió a Ford cortar un intento de crear sindicatos en su fabrica. Pero a largo plazo, uno de los efectos de su compromiso fue la creación de estos, durante mucho tiempo la oposición fuera de la ley al capitalismo que finalmente encontraron un rol fundamental en el funcionamiento de este. Al forzar a los empresarios a mantener los sueldos lo bastante altos para que los obreros pudieran permitirse mercancías de consumo, evitaron que el capitalismo mismo destruyera su propia base de consumidores. Centrándose en la negociación de los sueldos, los sindicatos orientaron las luchas de los obreros lejos de una revolución rotunda hacia el regateo colectivo institucionalizado. Burócratas sindicales crecieron al lado de los burócratas corporativos, convirtiéndose en profesionales cuyo principal interés era avanzar en sus carreras. Los sindicatos dejaron de oponerse a la intensificación y expansión del trabajo en si mismo – lo que era bueno para el trabajo era bueno para los sindicatos, fuera o no bueno para los trabajadores.
Esta profesionalización de la lucha obrera tubo lugar también en los países “en vías de desarrollo”, transformando las luchas contra el trabajo en luchas por una porción más grande del beneficio que producían. Irónicamente, donde quiera que la clase capitalista no se había desarrollado lo suficiente para implementar las innovaciones de Ford, estas fueron impuestas por los representantes burocráticos de la lucha obrera.
En la Rusia soviética por ejemplo, el fordismo fue abrazado como modelo para la rápida industrialización. Josef Stalin proclamaría aprobatoriamente: “La eficiencia americana es una fuerza tan indómita que ni conoce ni reconoce obstáculos” mientras presidía una transformación a la agricultura mecanizada que costaría millones de vidas. Es posible ver la revolución Bolchevique como una versión exótica del compromiso fordista en la que las luchas de los trabajadoras fueron dirigidas para mantener la nueva clase gobernante burocrática a cambio de una porción de bienes de consumo.
En cualquier caso, los compromisos en el capitalismo raramente duran mucho. Empezando en los años sesenta, los capitalistas enfrentaron una serie de nuevas crisis cuando sus estrategias de expansión económica volvieron a alcanzar sus limites y una nueva generación de trabajadores rompieron con los sindicatos para rebelarse contra el trabajo. Los movimientos juveniles que sacudieron el planeta de Paris y Praga hasta Chicago y Shanghai a menudo enmarcaban sus proyectos en términos utópicos, pero se estaban rebelando contra algo concreto y familiar: la tregua de sus padres con la explotación. Los costes de esta tregua se estaban haciendo patentes con la destrucción del mundo natural y la alineación de la vida diaria. Al mismo tiempo, las empresas que se habían beneficiado más del compromiso fordista – las que fabricaban automóviles, electrodomésticos y otras mercancías duraderas – estaban empezando a declinar a medida que cada vez encontraban menos compradores para sus productos.
Así, como Ford antes que ellos, los capitalistas reorganizaron los procesos de producción y consumo para hacerlos más estables y provechosos. Ayudados por las nuevas tecnologías de la comunicación, extendieron la fabricación a los largo y ancho del planeta, dejando a un lado a las fuerzas de trabajo más rebeldes u organizadas y explotando a cualquiera que estuviera en situación desesperada. Los empresarios retrocedieron en materia de empleo formal a largo plazo en favor de otras formas de trabajo más flexibles, en vista a cargar a sus trabajadores directamente con los riesgos del mercado. Economías de escala, en la que las corporaciones ahorran dinero produciendo masivamente un pequeño numero de mercancías estandarizadas, fueron suplementadas con economías de posibilidades, en las cuales con la misma infraestructura se usaba para producir un amplio despliegue de productos. Los mercados de consumo se diversificaron de acuerdo con esto y el individuo producido en masa – un conformista que, no obstante, represento una amenaza al orden publico en tiempos de rebelión – fue reemplazado por un infinito repertorio de diferentes identidades de consumidor. Así la fuerza de trabajo que había sido tan peligrosa cuando estaba unida acabo fragmentada de todas las maneras posibles.
Una vez más estos cambios en producción y consumo fueron grabados sobre la sociedad y la tierra. En los países desarrollados la factoría social ya no produce más trabajadores que traten de mantenerse toda la vida en la misma carrera, las florecientes ciudades del siglo pasado se han convertido en algunas partes en desolados espacios oxidados con algunos cafés y universidades.
Hoy todavía existen factorías, pero el equipamiento computerizado y el proceso de datos les permiten emplear cada vez un numero decreciente de trabajadores. Esta creciente fuerza de trabajo sobrante ha sido absorbida por el sector servicios en las partes ricas del mundo, en las partes pobres, se le abandona a su suerte.
Así como Ford concibió su fabrica como una maquina, la cadena de montaje proveyó el modelo para las cadenas globales de suministros, redes de grandes y pequeños fabricantes contratados y coordinados por corporaciones gigantes: las materias primas pueden ser procesadas en India o Brasil, ensambladas en Hong Kong, y vendidas en Los Ángeles.
A diferencia de las factorías del pasado, estas redes son invulnerables a los peligros relacionados con la concentración de la fuerza de trabajo; si un nodo en la basta red se rebela, su papel puede ser transferido a cualquier sitio aunque sea al otro lado del planeta.
Paradójicamente, este “post-fordismo” económico a revivido formas de trabajo que parecían haber desaparecido con el ascenso de la automatización. Como las industrias principales ya no necesitan a la mayoría de la gente que el capitalismo a desposeído, se pueden conseguir trabajadores muy baratos para las maquiladoras – empresas de baja tecnología, sitios de trabajo miserable que requieren muy poca inversión en maquinaria - en cualquier parte del mundo. Estas maquiladoras están perfectamente adaptadas a las demandas fluidas de la producción contemporánea, que puede un día necesitar coser zapatillas y al siguiente mangas de camiseta. Son a menudo la única manera de mantenerse al día de las demandas de un mercado de consumo basado en la novedad y la exclusividad de un millón de diferentes productos.
En este contexto, los sindicatos están lamentablemente obsoletos y pasados de moda. La regulación institucionalizada de la oferta de trabajo para estabilizar el mercado parece que no volverá a ser necesaria, así que su utilidad para el capitalismo a terminado; de igual modo la producción ya no depende de rígidas concentraciones demográficas que una vez se convirtieron en una amenaza para los negocios. Las anticapitalistas todavía estamos buscando por cualquier lado nuevas formas de resistencia que puedan ocupar el lugar de los sindicatos y las huelgas.


Racionalizar. v.-tr. 1. Intento de explicar o justificar (el comportamiento o la actitud, propios o ajenos) con razones lógicas y plausibles, incluso si estas no son verdad o apropiadas. Ver nota en mentir. 2. Hacer (una compañía, proceso o industria) más eficiente organizándose de tal manera que se pueda prescindir de personal y equipamiento innecesario.

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