La verdadera
fe de una sociedad, el sistema de valores que se le supone, se vuelve invisible
en virtud a su ubicuidad. En Europa, la cristiandad solía ser este cimiento, e
incluso los movimientos de resistencia más extremos solían enmarcar sus
proyectos en términos religiosos.
En ese sentido, podemos argüir que el capitalismo es la
verdadera religión de nuestra era: compete a toda clase de doctrinas y
tradiciones, pero todo el mundo da por supuesto lo que ocurre en la caja, e
incluso la imaginación de los más radicales disidentes se detiene rápido al
tratar de pensar en un mundo sin trabajo.
La iglesia
católica sirvió como el fundamento ideológico del feudalismo, en ese tiempo,
era el mayor terrateniente (aún lo es en el estado español) y la organización
jerárquica de más largo recorrido en Europa. Los clérigos tenían ganancias
tremendas vía diezmos y cobrando por los sacramentos. La concentración del
poder se mantenía por lo que podríamos llamar economía espiritual, con lo
sagrado como moneda determinante, el flujo de recursos materiales hacia las
manos de curas y papas fue el resultado
de su monopolio de la salvación.
Hoy las
cosas han cambiado y es principalmente el poder financiero el que determina la distribución
de otras divisas. Nada es más sagrado que la propiedad, nada está más
universalmente valorado y defendido. Las
iglesias han de competir unas contra otras en el mercado, algunas veces
transparentemente en busca de provecho económico, como es el caso de los
telepredicadores, que han renovado el evangelismo en la era de los medios de
comunicación de masas. A pesar de los esfuerzos de estos telepredicadores, el
consumismo permisivo a reemplazado ampliamente
al puritanismo religioso, casi cualquier tipo de disfrute está permitido, y
proveerse de ello tiene lugar dentro del marco del mercado.
No podemos
simplemente argüir contra un mito fundacional, para desenmascararlo como
superstición tenemos que definirlo. Todavía hoy como en el medievo, si alguien
amenaza la santidad del orden establecido, las autoridades llamaran al ejército.
Los siglos XVI y XX vieron ambos revueltas y baños de sangre masivos a medida
que los oprimidos se levantaban primero contra los clérigos y luego contra la
clase capitalista. Todo lo que ha cambiado realmente es el sistema de valores
por el cual la fuerza bruta se legitima a sí misma. Engañando a sus sujetos
para internalizar esta regla. Las
únicas religiones que han sobrevivido en el mundo occidental son las que
voluntariamente desean convertirse en cómplices de esta fuerza, o tomando la
delantera en la conquista y la colonización o predicando formas de retiro y no
resistencia. En USA, redes de iglesias políticamente movilizadas todavía forman
la base social de la derecha. La noción
europea de sagrado, todavía esta inextricablemente atada a la dominación y a la
sumisión. La palabra jerarquía se deriva de las raíces de sagrado y gobernante.
Por supuesto, sutiles formas de disensión persisten incluso en los contextos
más opresivos. , y hay creyentes que usan la palabra “Dios” donde otros usan
ayuda mutua y comunidad. Pero la forma en que las iglesias encarnan estos
valores, por ejemplo, estableciendo programas de asistencia para recoger los
restos dejados por el desmantelamiento del estado de bienestar, generalmente
alejan a la gente de plantar cara por sí mismos.
En todos
lados, las religiones tradicionales han llegado al frente como la más fiera oposición
a la intrusión de capitalismo occidental. Muchos del fundamentalismo ortodoxo
del llamado tercer mundo son relativamente nuevos, creciendo en el vacío dejado
por los fallidos movimientos de liberación nacional seculares. Además de Irán a
Afganistán, los grupos religiosos que se presentan a sí mismos como
alternativas al capitalismo occidental todavía están a favor de la
centralización del poder, defendiendo las antiguas jerarquías contra las
nuevas.
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