domingo, 26 de agosto de 2012

Crisis.

            Una de las justificaciones para el poder del estado es que tiene que haber instituciones para asistir a la gente en caso de emergencia. Pero cuando el desastre golpea la primera prioridad del gobierno no es asistir a los afectados, sino restablecer el control.
            Esto se vio claro después del huracán Katrina. Donde quiera que las tropas no podían recuperar el control inmediatamente, establecían una zona muerta en cuarentena, prohibiendo el acceso a los grupos de ayuda institucionalizados y a los esfuerzos independientes.  Los medios de información pintaban la zona en colores sensacionalistas, algo fácil de hacer, pues la tormenta solo exacerbo los efectos de generaciones de pobreza.  La retórica del gobierno cambio desde rescate a represión, como dijo el alto mando militar a cargo del dispositivo: “este lugar va a parecer una pequeña Somalia... esto va a ser  una operación de combate para tener esta ciudad bajo control” Nueva Orleans se convirtió en una parte del tercer mundo para ser ocupada y pacificada.
            El huracán revelo cuan tenue es el parachoques entre el primer y el tercer mundo. Todas las ventajas y garantías del capitalismo industrial, los servicios y mercancías que aparecen como si vinieran de ninguna parte, el constante flujo de información, la protección de las autoridades, se convierten en riesgos para la salud, dependencia indefensa y una mezcla de burocracia y violencia. Aunque cuando la mascarada de la sociedad civil fue arrancada, la cooperación y la compasión realmente aumentaron.  A pesar de los esfuerzos de la policía y los militares para controlar el acceso al área, una gran parte del trabajo de asistencia a los damnificados fue llevado a cabo autónomamente por la gente que quedo atrás o que se deslizaron entre las líneas policiales para ayudarse unas a otras.
            Algunas empresas de medios de comunicación criticaron la respuesta estatal al huracán, pero una se pregunta dónde estaba toda esta indignación antes de que el huracán golpeara. Nueva Orleans fue uno de los principales puertos del comercio de esclavos, y los descendientes de estos han vivido allí desde entonces sin demasiadas mejoras en sus condiciones de vida. Los niveles de pobreza eran de los más altos del país, en los meses anteriores al huracán, diez habitantes fueron asesinados por agentes de policía y dos de ellos fueron condenados por cometer violaciones mientras estaban de uniforme. El logo de la calavera y los huesos cruzados que improvisaron los policías durante los días excitantes de la ocupación post-huracán pusieron de manifiesto lo que muchos en Nueva Orleans ya sentían: la policía formaba la vanguardia de la muerte, apartando a la gente de los recursos que necesitaban de manera constante.
            Al interrumpir el desastre de la vida diaria, el huracán expuso a los observadores de clase media a las tragedias sobre las que todavía no estaban insensibilizados. Poniendo el foco en los fallos de los esfuerzos de socorro, las empresas de comunicación alejaron la atención del constante desastre del capitalismo acaso excepcional de este particular desastre natural. Aunque durante el huracán, algunos de los empobrecidos residentes de Nueva Orleans, pudieron haber tenido mayor acceso que normalmente a las cosas que necesitaban, no por los esfuerzos de las agencias de ayuda, sino por la desaparición del control que hizo posible que obtuvieran comida, agua y vestido que de otra manera eran custodiados por los altos precios y hombres armados.
            Después de que el orden fuera restaurado en Nueva Orleans, las cosas solo fueron a peor para los pobres. Cada crisis ofrece una oportunidad para restructurar las cosas, desde el momento que los que tenían el poder antes lo retienen, harán esto de la manera que beneficie más sus intereses. Los gobiernos utilizan ventajosamente esta crisis para romper comunidades conflictivas, los intereses comerciales sacan tajada de las crisis imponiendo acuerdos que les resulten más provechosos. Algunas veces esto se consigue simplemente haciéndose a un lado y permitiendo que el desastre siga su curso, para abalanzarse en el momento posterior, otras veces, es necesario introducir forzosamente los cambios en nombre del mantenimiento del orden.
            Además de los desastres naturales están lo que podríamos llamar desastres inducidos. En la primera categoría se incluyen: huracanes, terremotos y pandemias, la segunda cubre: guerras, recesiones, genocidio y terrorismo.  Es difícil decir qué clase de desastre ha infligido más sufrimiento sobre la humanidad, pero a medida que el capitalismo se ha ido extendiendo la segunda clase se a echo acreedora de una parte cada vez más grande en el reparto del daño.
            Como los desastres naturales, los desastres inducidos aparecen más allá de nuestro control. ¿Quién puede detener a dos naciones que se van a enfrentar o prevenir a un mercado de su ruina?  Aun así estas crisis serían imposibles sin las instituciones que las han hecho crecer, solo parecen inevitables porque nadie puede imaginar una vida sin gobiernos centralizados o propiedad privada. Cuando el fondo monetario internacional fuerza a un país a tomar medidas de austeridad, no es porque haya menos comida, alojamiento o educación para seguir adelante que antes, el problema es que el actual sistema económico no puede distribuir el acceso a ellos de acuerdo con las necesidades humanas. Lo mismo ocurre cuando las hambrunas arrasan un país, mientras otro paga subsidios a sus agricultores para no producir alimentos: los medios existen para erradicar el hambre de una vez por todas, pero nunca se usaran así mientras los recursos fluyan de acuerdo con las leyes del beneficio.
            Como los desastres naturales, los desastres inducidos también ofrecen a los poderosos la oportunidad para asegurar sus intereses. Después del colapso del comunismo en los países del bloque del este, los defensores del mercado libre capitalista  orquestaron la privatización de tremendas franjas de sus mercados, produciendo desigualdades más severas de las que habían existido bajo el gobierno del comunismo. Las autoridades pueden también usar los desastres para reforzar su posición incluso cuando estos han sido provocados real o supuestamente por sus adversarios. Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, la administración Bush tomo ventaja de la oportunidad de destruir la resistencia interior y para invadir Irak y Afganistán. Las subsecuentes ocupaciones fueron un desastre tanto para los soldados ocupantes como para las poblaciones ocupadas, pero tremendos éxitos para las multinacionales armamentísticas.
            Con incentivos como estos, los desastres son en ocasiones coreografiados a sangre fría, como la distribución de mantas con viruela a los nativos americanos o los golpes de estado respaldados por USA en cualquier parte del mundo. Una vez que el daño está hecho, los perpetradores pueden ser depuestos, repudiados,  incluso condenados por crímenes de guerra, pero los que resultan beneficiados raramente pierden las ventajas resultantes, sin importar cuanto retuerzan sus manos y usen palabras como “deplorable”.
            Así las crisis juegan un papel principal en el capitalismo, en algunos casos incluso siguen un guion previo para ello. Verdaderamente, el manejo de las crisis ha sido adoptado como el paradigma de muchas formas de control. Por ejemplo, el aparato de seguridad israelí, que es imitado por militares y policías de todo el mundo, está construido sobre un modelo de crisis permanente e intervención permanente.

            Bajo estas condiciones, el alivio real después del desastre puede significar no solo saquear los supermercados, sino tomar el control de las fábricas que producen las mercancías. Puede significar requisar vehículos, alimentos y armas, no solo escapar de las ciudades devastadas sino llevar a cabo una evasión colectiva de esta sociedad. Podría necesitar la construcción de redes de ayuda mutua para permitir a la gente dirigir sus vidas según su elección en vez de sufrir la dominación de los jefes o la pobreza.

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