Una de las
justificaciones para el poder del estado es que tiene que haber instituciones
para asistir a la gente en caso de emergencia. Pero cuando el desastre golpea
la primera prioridad del gobierno no es asistir a los afectados, sino
restablecer el control.
Esto se vio
claro después del huracán Katrina. Donde quiera que las tropas no podían
recuperar el control inmediatamente, establecían una zona muerta en cuarentena,
prohibiendo el acceso a los grupos de ayuda institucionalizados y a los
esfuerzos independientes. Los medios de
información pintaban la zona en colores sensacionalistas, algo fácil de hacer,
pues la tormenta solo exacerbo los efectos de generaciones de pobreza. La retórica del gobierno cambio desde rescate
a represión, como dijo el alto mando militar a cargo del dispositivo: “este
lugar va a parecer una pequeña Somalia... esto va a ser una operación de combate para tener esta
ciudad bajo control” Nueva Orleans se convirtió en una parte del tercer mundo para
ser ocupada y pacificada.
El huracán
revelo cuan tenue es el parachoques entre el primer y el tercer mundo. Todas
las ventajas y garantías del capitalismo industrial, los servicios y mercancías
que aparecen como si vinieran de ninguna parte, el constante flujo de
información, la protección de las autoridades, se convierten en riesgos para la
salud, dependencia indefensa y una mezcla de burocracia y violencia. Aunque
cuando la mascarada de la sociedad civil fue arrancada, la cooperación y la
compasión realmente aumentaron. A pesar
de los esfuerzos de la policía y los militares para controlar el acceso al
área, una gran parte del trabajo de asistencia a los damnificados fue llevado a
cabo autónomamente por la gente que quedo atrás o que se deslizaron entre las líneas
policiales para ayudarse unas a otras.
Algunas
empresas de medios de comunicación criticaron la respuesta estatal al huracán,
pero una se pregunta dónde estaba toda esta indignación antes de que el huracán
golpeara. Nueva Orleans fue uno de los principales puertos del comercio de esclavos,
y los descendientes de estos han vivido allí desde entonces sin demasiadas
mejoras en sus condiciones de vida. Los niveles de pobreza eran de los más
altos del país, en los meses anteriores al huracán, diez habitantes fueron
asesinados por agentes de policía y dos de ellos fueron condenados por cometer
violaciones mientras estaban de uniforme. El logo de la calavera y los huesos
cruzados que improvisaron los policías durante los días excitantes de la
ocupación post-huracán pusieron de manifiesto lo que muchos en Nueva Orleans ya
sentían: la policía formaba la vanguardia de la muerte, apartando a la gente de
los recursos que necesitaban de manera constante.
Al
interrumpir el desastre de la vida diaria, el huracán expuso a los observadores
de clase media a las tragedias sobre las que todavía no estaban
insensibilizados. Poniendo el foco en los fallos de los esfuerzos de socorro,
las empresas de comunicación alejaron la atención del constante desastre del
capitalismo acaso excepcional de este particular desastre natural. Aunque
durante el huracán, algunos de los empobrecidos residentes de Nueva Orleans,
pudieron haber tenido mayor acceso que normalmente a las cosas que necesitaban,
no por los esfuerzos de las agencias de ayuda, sino por la desaparición del control
que hizo posible que obtuvieran comida, agua y vestido que de otra manera eran
custodiados por los altos precios y hombres armados.
Después de
que el orden fuera restaurado en Nueva Orleans, las cosas solo fueron a peor
para los pobres. Cada crisis ofrece una oportunidad para restructurar las
cosas, desde el momento que los que tenían el poder antes lo retienen, harán
esto de la manera que beneficie más sus intereses. Los gobiernos utilizan
ventajosamente esta crisis para romper comunidades conflictivas, los intereses
comerciales sacan tajada de las crisis imponiendo acuerdos que les resulten más
provechosos. Algunas veces esto se consigue simplemente haciéndose a un lado y
permitiendo que el desastre siga su curso, para abalanzarse en el momento posterior,
otras veces, es necesario introducir forzosamente los cambios en nombre del
mantenimiento del orden.
Además de
los desastres naturales están lo que podríamos llamar desastres inducidos. En
la primera categoría se incluyen: huracanes, terremotos y pandemias, la segunda
cubre: guerras, recesiones, genocidio y terrorismo. Es difícil decir qué clase de desastre ha
infligido más sufrimiento sobre la humanidad, pero a medida que el capitalismo
se ha ido extendiendo la segunda clase se a echo acreedora de una parte cada
vez más grande en el reparto del daño.
Como los
desastres naturales, los desastres inducidos aparecen más allá de nuestro
control. ¿Quién puede detener a dos naciones que se van a enfrentar o prevenir
a un mercado de su ruina? Aun así estas
crisis serían imposibles sin las instituciones que las han hecho crecer, solo
parecen inevitables porque nadie puede imaginar una vida sin gobiernos
centralizados o propiedad privada. Cuando el fondo monetario internacional
fuerza a un país a tomar medidas de austeridad, no es porque haya menos comida,
alojamiento o educación para seguir adelante que antes, el problema es que el
actual sistema económico no puede distribuir el acceso a ellos de acuerdo con
las necesidades humanas. Lo mismo ocurre cuando las hambrunas arrasan un país,
mientras otro paga subsidios a sus agricultores para no producir alimentos: los
medios existen para erradicar el hambre de una vez por todas, pero nunca se
usaran así mientras los recursos fluyan de acuerdo con las leyes del beneficio.
Como los
desastres naturales, los desastres inducidos también ofrecen a los poderosos la
oportunidad para asegurar sus intereses. Después del colapso del comunismo en
los países del bloque del este, los defensores del mercado libre capitalista orquestaron la privatización de tremendas
franjas de sus mercados, produciendo desigualdades más severas de las que
habían existido bajo el gobierno del comunismo. Las autoridades pueden también
usar los desastres para reforzar su posición incluso cuando estos han sido
provocados real o supuestamente por sus adversarios. Después de los ataques del
11 de septiembre de 2001, la administración Bush tomo ventaja de la oportunidad
de destruir la resistencia interior y para invadir Irak y Afganistán. Las
subsecuentes ocupaciones fueron un desastre tanto para los soldados ocupantes
como para las poblaciones ocupadas, pero tremendos éxitos para las
multinacionales armamentísticas.
Con
incentivos como estos, los desastres son en ocasiones coreografiados a sangre fría,
como la distribución de mantas con viruela a los nativos americanos o los
golpes de estado respaldados por USA en cualquier parte del mundo. Una vez que
el daño está hecho, los perpetradores pueden ser depuestos, repudiados, incluso condenados por crímenes de guerra,
pero los que resultan beneficiados raramente pierden las ventajas resultantes,
sin importar cuanto retuerzan sus manos y usen palabras como “deplorable”.
Así las
crisis juegan un papel principal en el capitalismo, en algunos casos incluso siguen
un guion previo para ello. Verdaderamente, el manejo de las crisis ha sido
adoptado como el paradigma de muchas formas de control. Por ejemplo, el aparato
de seguridad israelí, que es imitado por militares y policías de todo el mundo,
está construido sobre un modelo de crisis permanente e intervención permanente.
Bajo estas
condiciones, el alivio real después del desastre puede significar no solo
saquear los supermercados, sino tomar el control de las fábricas que producen
las mercancías. Puede significar requisar vehículos, alimentos y armas, no solo
escapar de las ciudades devastadas sino llevar a cabo una evasión colectiva de
esta sociedad. Podría necesitar la construcción de redes de ayuda mutua para
permitir a la gente dirigir sus vidas según su elección en vez de sufrir la
dominación de los jefes o la pobreza.
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