domingo, 26 de agosto de 2012

Consumo.


La única cosa “libre” sobre el llamado tiempo libre es que no le cuesta nada al patrón. El tiempo libre es mayormente dedicado para estar preparado para el trabajo, ir al trabajo, volver del trabajo, y recuperarse del trabajo. Tiempo libre es un eufemismo para una peculiar forma de labor, como factor de producción, no solo nos trasportamos a nosotros mismos a nuestro cargo hacia y desde el lugar de trabajo, si no que asumimos una responsabilidad primaria sobre su mantenimiento y reparación. El carbón y el acero no lo hacen. Tornos y maquinas de escribir no hacen eso.
                                                                                                          Bob Black.

            Para que el capitalismo funcione, los trabajadores solo tienen que tener acceso a los productos de su trabajo a través del mercado. Si ellos pueden producir y tomar directamente cada cosa que necesiten, no habrá manera de que los capitalistas puedan aprovecharse. Esta separación entre producción y consumo esta impuesta en cada transición hacia el capitalismo. A medida que el capitalismo se expande y se profundiza, se produce una separación entre el trabajador y cada aspecto del mundo en el que vive.
            Por supuesto, los productos del trabajo pagado no son las únicas cosas que son consumidas. Los colonizadores europeos acusaron a las gentes indígenas de canibalismo, algunas veces explícitamente para justificar su esclavización. Incluso hoy en día, muchas de estas gentes son solo recordadas en los nombres de las ciudades o equipos deportivos, mientras sus cultivos de subsistencia y sus tradiciones religiosas son vendidos en las gasolineras. ¿Quién devoro a quien?
            Una vez que todo el mundo ha sido forzado dentro del mercado, nuevas dinámicas emergen. A medida que la producción aumenta, la supervivencia en si misma se ve sometida a una clase de inflación: se necesitan más y más recursos para participar en la vida social. Hace unos pocos siglos, los campesinos solo confiaban en la economía de intercambio para unas pocas mercancías especificas.; podían cultivar cualquier otra cosa que necesitaran en casa o intercambiarla con sus vecinos para ello. Hoy los consumidores tenemos que tener teléfono móvil, televisión, ordenador, coche, una cuenta de banco y crédito, seguros, y un montón de cosas más para tomar parte en la sociedad, dejando a parte tener algún tipo de influencia en ella. Si un campesino antiguo hubiera milagrosamente tenido acceso a esto hubiera sido rico, pero como consumidores actuales podemos tener todo ello y todavía ser pobres. Esta inflación produce una clase de gente que somos excluidos de la sociedad en el medio de una gran abundancia de mercancías.
            Las mismas dinámicas tienen lugar al nivel de naciones y gentes. Cuando una sociedad esta luchando para producir más e inventar más que sus vecinos en vistas de conquistar o al menos sacar provecho de ellos, todos los demás deben afanarse en mantenerse al mismo ritmo, ¿Quién quiere terminar siendo pobre y explotado? Esta presión esta detrás de mucha de la destructiva industrialización de los países en “desarrollo”.
            Habiéndonos convertido en mercancía nosotras mismas, las trabajadoras consumimos productos para ejercer poder en la única forma de la que somos capaces.
Una vez que no hay nada con que compararlo, comprar deja de ser un mal necesario y se convierte en un acto sagrado; en la religión del capitalismo, en la que el poder financiero es igualado a un valor social y gastar es así pues prueba de valor, es una forma de comunión. La tienda es el templo en que el acto de comprar afirma el lugar del consumidor en la sociedad. Mucho de nuestro tiempo de descanso esta hecho de rituales en los que gastar dinero en si mismo es el objetivo: es lo que califica una actividad como pasar un buen rato o tener una cita.
            En el siglo XX, la producción masiva a creado una cultura de consumo cada vez más homogénea. Pero cuando el mercado alcanzo sus límites, el capitalismo giro para diversificar las opciones de consumo; consecuentemente, las subculturas revoltosas que han emergido como reacción a la sociedad de masas fueron transformadas en nichos de mercado. Promoviendo la individualidad y la “diferencia” se ha convertido en la formula con la que extender el consumismo más y más lejos, capitalizando el mismo descontento que producen.
            Hoy hay una línea de productos para cada identidad –para cada grupo étnico, para cada preferencia sexual y posición política. Estos productos se han convertido en indistinguibles de las identidades a las que suplementan: Cuando la estrella del rock canta sobre lo que le gusta en una chica, canta sobre su perfume, su maquillaje, sus vestidos. Incluso  las identidades culturales más rebeldes están fundadas en patrones de consumo compartidos – en estéticas compartidas.
            En un tiempo en que las presiones económicas están constantemente rompiendo y reconfigurando las comunidades locales y la fuerza de trabajo, no es sorprendente que la gente basemos más nuestro sentido de identidad en nuestra actividad de consumo que en nuestros roles en la producción. Los barrios conflictivos son aburguesados hasta que dejan de existir y los grupos étnicos rebeldes son divididos entre la prisión y la asimilación; cualquier cuerpo social que asuma una concepción radical de sus intereses es dispersado lo más rápidamente posible. Quizá esto explica porque la oposición al capitalismo se esta extendiendo como una identidad ideológica pero disminuyendo como fuerza en las luchas sobre producción y territorio físico. La resistencia no es imposible bajo estas condiciones, pero tiene que asumir nuevas formas. Muchas de las recientes innovaciones en tácticas de resistencia han tenido lugar en el terreno del consumo en vez del de la producción: movimiento ocupa, redes de redistribución de comida, culturas anticapitalistas.
            Mientras tanto, cada forma de resistencia que no se dirige a la raíz del problema es reabsorbida hacia el funcionamiento del mercado. El enfado frente a síntomas específicos del capitalismo a generado consumismo ético, que solo sirve para estimular la economía capitalista. Para productos como pollo de crecimiento en libertad, o el café de comercio justo, ser “ético” es un punto de venta adicional que incrementa su valor percibido y así su precio. En el mercado libre, el precio de venta no esta determinado por el coste material de producir el objeto, sino por le precio más alto que el consumidor esta dispuesto a pagar. El valor no es una característica inherente –incluso el petróleo es más valioso dentro de una cierta estructura social. La construcción social de “sostenible” y “natural” como características deseables sirve para crear un nuevo valor inmaterial que puede vender objetos a más alto precio incluso en situaciones de crisis económica –utilizando las buenas intenciones del consumidor para perpetuar el sistema que hizo aflorar los problemas en primer termino. Mientras el capitalismo permanezca como la ley de la tierra, cualquier beneficio real para los pollos o los cosechadores de café del tercer mundo puede solo durar mientras sea provechoso.

Esto solía ser un bosque y todo era gratis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario