La única cosa “libre”
sobre el llamado tiempo libre es que no le cuesta nada al patrón. El tiempo
libre es mayormente dedicado para estar preparado para el trabajo, ir al
trabajo, volver del trabajo, y recuperarse del trabajo. Tiempo libre es un
eufemismo para una peculiar forma de labor, como factor de producción, no solo
nos trasportamos a nosotros mismos a nuestro cargo hacia y desde el lugar de
trabajo, si no que asumimos una responsabilidad primaria sobre su mantenimiento
y reparación. El carbón y el acero no lo hacen. Tornos y maquinas de escribir
no hacen eso.
Bob
Black.
Para que el capitalismo
funcione, los trabajadores solo tienen que tener acceso a los productos de su
trabajo a través del mercado. Si ellos pueden producir y tomar directamente
cada cosa que necesiten, no habrá manera de que los capitalistas puedan
aprovecharse. Esta separación entre producción y consumo esta impuesta en cada
transición hacia el capitalismo. A medida que el capitalismo se expande y se
profundiza, se produce una separación entre el trabajador y cada aspecto del
mundo en el que vive.
Por
supuesto, los productos del trabajo pagado
no son las únicas cosas que son consumidas. Los colonizadores europeos acusaron
a las gentes indígenas de canibalismo, algunas veces explícitamente para
justificar su esclavización. Incluso hoy en día, muchas de estas gentes son
solo recordadas en los nombres de las ciudades o equipos deportivos, mientras
sus cultivos de subsistencia y sus tradiciones religiosas son vendidos en las
gasolineras. ¿Quién devoro a quien?
Una vez que
todo el mundo ha sido forzado dentro del mercado, nuevas dinámicas emergen. A
medida que la producción aumenta, la supervivencia en si misma se ve sometida a
una clase de inflación: se necesitan más y más recursos para participar en la
vida social. Hace unos pocos siglos, los campesinos solo confiaban en la
economía de intercambio para unas pocas mercancías especificas.; podían
cultivar cualquier otra cosa que necesitaran en casa o intercambiarla con sus
vecinos para ello. Hoy los consumidores tenemos que tener teléfono móvil,
televisión, ordenador, coche, una cuenta de banco y crédito, seguros, y un
montón de cosas más para tomar parte en la sociedad, dejando a parte tener
algún tipo de influencia en ella. Si un campesino antiguo hubiera
milagrosamente tenido acceso a esto hubiera sido rico, pero como consumidores
actuales podemos tener todo ello y todavía ser pobres. Esta inflación produce
una clase de gente que somos excluidos de la sociedad en el medio de una gran
abundancia de mercancías.
Las mismas
dinámicas tienen lugar al nivel de naciones y gentes. Cuando una sociedad esta
luchando para producir más e inventar más que sus vecinos en vistas de
conquistar o al menos sacar provecho de ellos, todos los demás deben afanarse
en mantenerse al mismo ritmo, ¿Quién quiere terminar siendo pobre y explotado?
Esta presión esta detrás de mucha de la destructiva industrialización de los
países en “desarrollo”.
Habiéndonos
convertido en mercancía nosotras mismas, las trabajadoras consumimos productos
para ejercer poder en la única forma de la que somos capaces.
Una vez que no hay nada con que compararlo, comprar deja de
ser un mal necesario y se convierte en un acto sagrado; en la religión del
capitalismo, en la que el poder financiero es igualado a un valor social y
gastar es así pues prueba de valor, es una forma de comunión. La tienda es el
templo en que el acto de comprar afirma el lugar del consumidor en la sociedad.
Mucho de nuestro tiempo de descanso esta hecho de rituales en los que gastar
dinero en si mismo es el objetivo: es lo que califica una actividad como pasar un buen rato o tener una cita.
En el siglo
XX, la producción masiva a creado una cultura de consumo cada vez más
homogénea. Pero cuando el mercado alcanzo sus límites, el capitalismo giro para
diversificar las opciones de consumo; consecuentemente, las subculturas
revoltosas que han emergido como reacción a la sociedad de masas fueron
transformadas en nichos de mercado. Promoviendo la individualidad y la
“diferencia” se ha convertido en la formula con la que extender el consumismo
más y más lejos, capitalizando el mismo descontento que producen.
Hoy hay una
línea de productos para cada identidad –para cada grupo étnico, para cada
preferencia sexual y posición política. Estos productos se han convertido en
indistinguibles de las identidades a las que suplementan: Cuando la estrella
del rock canta sobre lo que le gusta en una chica, canta sobre su perfume, su
maquillaje, sus vestidos. Incluso las
identidades culturales más rebeldes están fundadas en patrones de consumo
compartidos – en estéticas
compartidas.
En un
tiempo en que las presiones económicas están constantemente rompiendo y
reconfigurando las comunidades locales y la fuerza de trabajo, no es sorprendente
que la gente basemos más nuestro sentido de identidad en nuestra actividad de
consumo que en nuestros roles en la producción. Los barrios conflictivos son
aburguesados hasta que dejan de existir y los grupos étnicos rebeldes son
divididos entre la prisión y la asimilación; cualquier cuerpo social que asuma
una concepción radical de sus intereses es dispersado lo más rápidamente
posible. Quizá esto explica porque la oposición al capitalismo se esta
extendiendo como una identidad ideológica pero disminuyendo como fuerza en las
luchas sobre producción y territorio físico. La resistencia no es imposible
bajo estas condiciones, pero tiene que asumir nuevas formas. Muchas de las
recientes innovaciones en tácticas de resistencia han tenido lugar en el terreno
del consumo en vez del de la producción: movimiento ocupa, redes de redistribución
de comida, culturas anticapitalistas.
Mientras
tanto, cada forma de resistencia que no se dirige a la raíz del problema es
reabsorbida hacia el funcionamiento del mercado. El enfado frente a síntomas específicos
del capitalismo a generado consumismo ético, que solo sirve para estimular la
economía capitalista. Para productos como pollo de crecimiento en libertad, o el
café de comercio justo, ser “ético” es un punto de venta adicional que
incrementa su valor percibido y así su precio. En el mercado libre, el precio
de venta no esta determinado por el coste material de producir el objeto, sino
por le precio más alto que el consumidor esta dispuesto a pagar. El valor no es
una característica inherente –incluso el petróleo es más valioso dentro de una
cierta estructura social. La construcción social de “sostenible” y “natural”
como características deseables sirve para crear un nuevo valor inmaterial que puede vender objetos a más alto precio incluso
en situaciones de crisis económica –utilizando las buenas intenciones del
consumidor para perpetuar el sistema que hizo aflorar los problemas en primer
termino. Mientras el capitalismo permanezca como la ley de la tierra, cualquier
beneficio real para los pollos o los cosechadores de café del tercer mundo
puede solo durar mientras sea provechoso.
Esto solía ser un
bosque y todo era gratis.
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