domingo, 26 de agosto de 2012

Cultura y subcultura

            La cultura, ampliamente entendida como los valores, prácticas, ideas e ideologías, es la estructura  de la vida social. Desde el momento de nuestro nacimiento, nos construyó y nosotras la reconstruimos. Nuestra sociedad entera ha sido rehecha a imagen de la economía capitalista, pero aún quedan algunos restos de fuera de sus lógicas. Una cultura no es estática: así como es constantemente reproducida y reinventada, cada generación ofrece una oportunidad para romper con las viejas maneras.
            El capitalismo parece perpetuarse a sí mismo independientemente de la cultura.  Da la impresión de que no necesita gente a la que captar ideológicamente desde el momento que tenemos que participar de el para sobrevivir. Aunque siempre hay otras opciones. Millones de personas del llamado “Nuevo Mundo” y en muchos otros lugares, eligieron luchar y morir antes que sobrevivir bajo su dominio.  Esto muestra que las “necesidades materiales” que dirigen la economía están todavía producidas socialmente, así como la obediencia que requiere esta culturalmente condicionada.
             Así resistir al capitalismo no es solo un asunto económico sino también cultural, incluyendo un cambio de valores y prácticas. Aquellos que rechacen la opresión y la explotación están ligados a  aparecer como culturalmente diferentes. Esto puede parecer una diferencia externa, por ejemplo, las gentes indígenas luchando para mantener sus formas de vida, o puede manifestarse dentro de la sociedad capitalista como contracultura. Al mismo tiempo, la cultura puede aparecer como “diferente” e incluso contrapuesta sin realmente representar ninguna amenaza para el capitalismo en absoluto.
            La colonización barrio y homogeneizo una vasta variedad de sociedades, borrando efectivamente la mayoría de las viejas alternativas al capitalismo. A medida que las nuevas gentes eran presionadas a entrar en la fuerza de trabajo, los capitalistas se aprovecharon de las diferencias culturales para dividir a los trabajadores y evitar que encontraran una causa común. Aun así culturas que han sido colonizadas por cientos de años pueden conservar chispas de desafío, y las minorías culturales a menudo ofrecen suelo fértil para las nuevas revueltas. Por ejemplo, las ramas más militantes  del movimiento obrero original en los USA estaban basadas en las comunidades inmigrantes.  Las mitologías sobre los Estados Unidos como hoya de mezcla, un espacio en que muchas gentes diversas se encuentran y mezclan para crear algo nuevo, glorifican el proyecto de reemplazar todas estas culturas potencialmente insurgentes con la nueva cultura de masas.
            Pero esta nueva cultura de masas puede ser peligrosa también.  Una vez que los compromisos sobre el sueldo iniciados por Henry Ford estabilizaron las luchas en el lugar de trabajo, las líneas del frente de la resistencia viraron hacia el terreno del consumo. La cultura producida masivamente creo la posibilidad del rechazo masivo, como cuando los cuerpos sociales colosales  que se habían unido a través de la actividad de consumo compartida se rebelaron contra el conformismo y la alienación.  Al comienzo de su libro “ Do it!” (! Hazlo !) El icono de la contracultura Jerry Rubin, fijaba el origen de los disturbios de la década de los sesenta en este fenómeno: “la descendencia de la nueva izquierda, unos niños fastidiados predestinados, desde la pelvis oscilante de Elvis” La generación que empezó rebelándose contra la opresión sexual de sus padres termino provocando disturbios en las calles.
            En respuesta, el capitalismo incorporo estas demandas de individualismo y diversidad al mercado. Esto coincidió con el cambio de la directa producción masiva a la cada vez más amplia diversidad de identidades y mercancías de consumo. Desde entonces, en lugar de la cultura de masas, habría una siempre creciente variedad  de subculturas. Esto puede parecer que es un retorno a la era de diversidad que precedió a la cultura de masas, pero hay una importante diferencia: Mientras que las diferencias étnicas eran anteriores al capitalismo, las diferencias subculturales fueron producidas y distribuidas a través del mercado, incluso cuando estas rechazaban sus valores.  Al mismo tiempo, como la cultura de masas, crearon nuevos puntos comunes de referencia que transcendían divisiones culturales y sociales más antiguas.
            Si la beatlemania ejemplifica la cultura de masas, vendiendo cantidades de discos sin precedentes, pero saliéndose de control cuando millones de seguidores adoptaron las afiliaciones contraculturales de sus ídolos, la emergencia del metal, punk, hip-hop, etc., en los setentas, ejemplifica la proliferación de subculturas “post-fordista”. Todavía hay superestrellas, pero el mercado de la música se extiende horizontalmente a su alrededor.
            Después de los setentas, casi cualquiera con tendencias a la confrontación fue efectivamente aislado en una subcultura distinta. Así una vez más, esto represento nuevos riesgos para el capitalismo, al ser más fácil para los radicales ganar influencia en estos entornos más pequeños. El primer hip-hop estableció un vínculo directo con las luchas del Poder Negro de los sesentas, envalentonando a una nueva generación de los excluidos. La bandas de punk alternativas publicaban sus propios discos y establecían sus propias salas, creando una alternativa económica basada en redes del “háztelo tú  mismo” y valores anticapitalistas. Esto fue un avance, estaban usando formatos que habían estado habitualmente fuera del alcance de la clase trabajadora para extender sus subversivos mensajes, al mismo tiempo, eran los pioneros y validaban una nueva forma de emprendimiento, pavimentando el camino para otros emprendedores menos politizados.
            Esta combinación de valores anticapitalistas con capitalismo a pequeña escala era frágil pero potente. A medida que el mercado expandía la cultura occidental alrededor del mundo, las nuevas contraculturas conectaron corrientes anticapitalistas desde Chile a Turquía, pasando por las Filipinas, ayudando a dar un carácter internacional a la nueva generación de formas de resistencia. Esto llego a su cima al final del siglo con la ola de protestas contra la globalización capitalista., en las que las fieras jóvenes contraculturas dieron un filo militante a un movimiento que también incluía gentes indígenas, ONG, y lo que quedaba de las organizaciones del trabajo.
            En los comienzos del siglo XXI las nuevas tecnologías universalizaron las estructuras basadas en red que han formado la espina dorsal del hazlo-tu-mismo alternativo. Internet ha hecho de cualquiera con una página en una red social un “artista independiente” abrazando y reemplazando simultáneamente las promesas de la cultura hazlo-tu-mismo. La nueva facilidad y velocidad con que la cultura puede ser consumida  ha convertido a las subculturas en superficiales y pasajeras. Esto a drenado su antiguo contenido político a lo alternativo, dejando solo su cascara estética.
            Hoy, el medio dominante de la cultura joven no son los discos de vinilo sino los vídeos on-line: instantáneos y olvidables. Las subculturas de previas generaciones se están atomizando en cada vez más pequeños subnichos. Esto es generalmente un subconjunto de la atomización de los explotados y los excluidos. El gusto de los consumidores ya no tiendo más a crear cuerpos sociales coherentes capaces de desarrollar concepciones radicales de sus intereses. En cambio, el mismo radicalismo se ha convertido en una suerte de nicho, mientras las más nuevas subculturas están basadas en la realidad virtual de internet.
            ¿Qué es lo que todavía tenemos en común en esta era de fragmentación cultural? Si no hay nada más, estamos conectados por aquello que hemos perdido. Se nos niega la influencia en el mundo que nos rodea excepto en la medida que nos podamos volver a nosotras mismas o a otras en mercancías. Todas estamos sujetas a reglas y regulaciones en las que la mayoría de nosotras no ha tenido nada que decir en su concepción. Todas vivimos a la sombra de superestrellas, incluso ellas viven a la sombra de sus propias imágenes, en un mundo en el que la realidad está subordinada a la representación. Todas somos evaluadas según las reglas del mercado, si queremos desarrollar todo nuestro potencial, parece que solo podemos hacerlo en su interior. En lugar del sentimiento de pertenencia compartido que una cultura solía representar, compartimos una desposes ion universal, impuesta principalmente por nuestra común voluntad de tolerarla.

            Nada de esto es  particularmente nuevo, pero nunca había sido tan universal. Y otra cosa ha cambiado: cuando la gente se rebela en alguna parte, todo el mundo puede oír instantáneamente sobre ello en cualquier parte.

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