La cultura,
ampliamente entendida como los valores, prácticas, ideas e ideologías, es la
estructura de la vida social. Desde el
momento de nuestro nacimiento, nos construyó y nosotras la reconstruimos.
Nuestra sociedad entera ha sido rehecha a imagen de la economía capitalista,
pero aún quedan algunos restos de fuera de sus lógicas. Una cultura no es
estática: así como es constantemente reproducida y reinventada, cada generación
ofrece una oportunidad para romper con las viejas maneras.
El
capitalismo parece perpetuarse a sí mismo independientemente de la
cultura. Da la impresión de que no
necesita gente a la que captar ideológicamente desde el momento que tenemos que
participar de el para sobrevivir. Aunque siempre hay otras opciones. Millones
de personas del llamado “Nuevo Mundo” y en muchos otros lugares, eligieron
luchar y morir antes que sobrevivir bajo su dominio. Esto muestra que las “necesidades materiales”
que dirigen la economía están todavía producidas socialmente, así como la
obediencia que requiere esta culturalmente condicionada.
Así resistir al capitalismo no es solo un
asunto económico sino también cultural, incluyendo un cambio de valores y prácticas.
Aquellos que rechacen la opresión y la explotación están ligados a aparecer como culturalmente diferentes. Esto
puede parecer una diferencia externa, por ejemplo, las gentes indígenas
luchando para mantener sus formas de vida, o puede manifestarse dentro de la
sociedad capitalista como contracultura. Al mismo tiempo, la cultura
puede aparecer como “diferente” e incluso contrapuesta sin realmente
representar ninguna amenaza para el capitalismo en absoluto.
La
colonización barrio y homogeneizo una vasta variedad de sociedades, borrando
efectivamente la mayoría de las viejas alternativas al capitalismo. A medida
que las nuevas gentes eran presionadas a entrar en la fuerza de trabajo, los
capitalistas se aprovecharon de las diferencias culturales para dividir a los
trabajadores y evitar que encontraran una causa común. Aun así culturas que han
sido colonizadas por cientos de años pueden conservar chispas de desafío, y las
minorías culturales a menudo ofrecen suelo fértil para las nuevas revueltas.
Por ejemplo, las ramas más militantes
del movimiento obrero original en los USA estaban basadas en las
comunidades inmigrantes. Las mitologías
sobre los Estados Unidos como hoya de mezcla, un espacio en que muchas gentes
diversas se encuentran y mezclan para crear algo nuevo, glorifican el proyecto
de reemplazar todas estas culturas potencialmente insurgentes con la nueva
cultura de masas.
Pero esta
nueva cultura de masas puede ser peligrosa también. Una vez que los compromisos sobre el sueldo
iniciados por Henry Ford estabilizaron las luchas en el lugar de trabajo, las líneas
del frente de la resistencia viraron hacia el terreno del consumo. La cultura
producida masivamente creo la posibilidad del rechazo masivo, como cuando los
cuerpos sociales colosales que se habían
unido a través de la actividad de consumo compartida se rebelaron contra el
conformismo y la alienación. Al comienzo
de su libro “ Do it!” (! Hazlo !) El icono de la contracultura Jerry Rubin,
fijaba el origen de los disturbios de la década de los sesenta en este
fenómeno: “la descendencia de la nueva izquierda, unos niños fastidiados
predestinados, desde la pelvis oscilante de Elvis” La generación que empezó
rebelándose contra la opresión sexual de sus padres termino provocando
disturbios en las calles.
En
respuesta, el capitalismo incorporo estas demandas de individualismo y
diversidad al mercado. Esto coincidió con el cambio de la directa producción
masiva a la cada vez más amplia diversidad de identidades y mercancías de
consumo. Desde entonces, en lugar de la cultura de masas, habría una siempre
creciente variedad de subculturas. Esto
puede parecer que es un retorno a la era de diversidad que precedió a la
cultura de masas, pero hay una importante diferencia: Mientras que las
diferencias étnicas eran anteriores al capitalismo, las diferencias
subculturales fueron producidas y distribuidas a través del mercado, incluso
cuando estas rechazaban sus valores. Al
mismo tiempo, como la cultura de masas, crearon nuevos puntos comunes de
referencia que transcendían divisiones culturales y sociales más antiguas.
Si la
beatlemania ejemplifica la cultura de masas, vendiendo cantidades de discos sin
precedentes, pero saliéndose de control cuando millones de seguidores adoptaron
las afiliaciones contraculturales de sus ídolos, la emergencia del metal, punk,
hip-hop, etc., en los setentas, ejemplifica la proliferación de subculturas
“post-fordista”. Todavía hay superestrellas, pero el mercado de la música se
extiende horizontalmente a su alrededor.
Después de
los setentas, casi cualquiera con tendencias a la confrontación fue
efectivamente aislado en una subcultura distinta. Así una vez más, esto
represento nuevos riesgos para el capitalismo, al ser más fácil para los
radicales ganar influencia en estos entornos más pequeños. El primer hip-hop
estableció un vínculo directo con las luchas del Poder Negro de los sesentas, envalentonando
a una nueva generación de los excluidos. La bandas de punk alternativas
publicaban sus propios discos y establecían sus propias salas, creando una
alternativa económica basada en redes del “háztelo tú mismo” y valores anticapitalistas. Esto fue
un avance, estaban usando formatos que habían estado habitualmente fuera del
alcance de la clase trabajadora para extender sus subversivos mensajes, al
mismo tiempo, eran los pioneros y validaban una nueva forma de emprendimiento,
pavimentando el camino para otros emprendedores menos politizados.
Esta combinación
de valores anticapitalistas con capitalismo a pequeña escala era frágil pero
potente. A medida que el mercado expandía la cultura occidental alrededor del
mundo, las nuevas contraculturas conectaron corrientes anticapitalistas desde
Chile a Turquía, pasando por las Filipinas, ayudando a dar un carácter
internacional a la nueva generación de formas de resistencia. Esto llego a su
cima al final del siglo con la ola de protestas contra la globalización
capitalista., en las que las fieras jóvenes contraculturas dieron un filo
militante a un movimiento que también incluía gentes indígenas, ONG, y lo que
quedaba de las organizaciones del trabajo.
En los
comienzos del siglo XXI las nuevas tecnologías universalizaron las estructuras
basadas en red que han formado la espina dorsal del hazlo-tu-mismo alternativo.
Internet ha hecho de cualquiera con una página en una red social un “artista
independiente” abrazando y reemplazando simultáneamente las promesas de la
cultura hazlo-tu-mismo. La nueva facilidad y velocidad con que la cultura puede
ser consumida ha convertido a las
subculturas en superficiales y pasajeras. Esto a drenado su antiguo contenido
político a lo alternativo, dejando solo su cascara estética.
Hoy, el
medio dominante de la cultura joven no son los discos de vinilo sino los vídeos
on-line: instantáneos y olvidables. Las subculturas de previas generaciones se
están atomizando en cada vez más pequeños subnichos. Esto es generalmente un
subconjunto de la atomización de los explotados y los excluidos. El gusto de
los consumidores ya no tiendo más a crear cuerpos sociales coherentes capaces
de desarrollar concepciones radicales de sus intereses. En cambio, el mismo
radicalismo se ha convertido en una suerte de nicho, mientras las más nuevas
subculturas están basadas en la realidad virtual de internet.
¿Qué es lo
que todavía tenemos en común en esta era de fragmentación cultural? Si no hay
nada más, estamos conectados por aquello que hemos perdido. Se nos niega la
influencia en el mundo que nos rodea excepto en la medida que nos podamos
volver a nosotras mismas o a otras en mercancías. Todas estamos sujetas a
reglas y regulaciones en las que la mayoría de nosotras no ha tenido nada que
decir en su concepción. Todas vivimos a la sombra de superestrellas, incluso
ellas viven a la sombra de sus propias imágenes, en un mundo en el que la
realidad está subordinada a la representación. Todas somos evaluadas según las
reglas del mercado, si queremos desarrollar todo nuestro potencial, parece que
solo podemos hacerlo en su interior. En lugar del sentimiento de pertenencia
compartido que una cultura solía representar, compartimos una desposes ion
universal, impuesta principalmente por nuestra común voluntad de tolerarla.
Nada de esto
es particularmente nuevo, pero nunca
había sido tan universal. Y otra cosa ha cambiado: cuando la gente se rebela en
alguna parte, todo el mundo puede oír instantáneamente sobre ello en cualquier
parte.
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