Puedo contratar a la
mitad de la clase obrera para que mate a la otra mitad. Jay
Gould
La policía
no esta aquí para crear el desorden, la policía esta aquí para preservar el desorden.
Cuanto más
desigual es la distribución de los recursos y el poder, mayor es la fuerza que
se necesita para mantenerlo. Podemos ver esto a escala macroscópica en las
ocupaciones militares de naciones enteras y a escala microscópica en el guardia
de seguridad de las tiendas de comestibles, un turno de servicio detrás de
otro. Cada día la agencias de seguridad interceptan y almacenan más de dos mil
millones de correos electrónicos y llamadas de teléfono, hay cámaras de
seguridad apuntando a todos lados por todos lados. Esto habla en voz alta sobre
lo equilibrada que esta nuestra sociedad.
Nos
preguntamos como es de bueno este aparato cuando la violencia domestica y los
crímenes entre pobres siguen sin estar controlados. Pero la cuestión es que no
tratan de prevenir la violencia sino de monopolizar su control: desde el
momento en que no representa una amenaza para el equilibrio de poder, la
violencia no es una prioridad para la policía. El caos y la violencia a menudo
aumentan en respuesta a las fuerzas represivas, pero esto puede legitimar a los
ocupantes y dividir a los ocupados.
Las
contradicciones inherentes al capitalismo ayudan a mantener este estado de
cosas. El capitalismo produce gente pobre a la que le falta el trabajo, les
ofrece ocupación controlando a otra gente pobre, en casa y fuera de las
fronteras. El ejército es de lejos el sector más socializado de la economía.
Sin las oportunidades de empleo que ofrece a los pobres e inquietos, muchos de
ellos buscarían fortuna en otros ejércitos.
Las
fuerzas armadas no solo refuerzan las desigualdades, además imponen otras
nuevas. Las intervenciones militares, desde la guerra del opio hasta la
invasión de Irak, producen recursos y trabajadores baratos para los vencedores.
Las ocupaciones, los golpes de estado, las guerras encubiertas peleadas por
terceros, y otras presiones más sutiles para “democratizar” son todas medios
para asegurar el terreno para los negocios. Por eso es que la mayor parte de
los presupuestos de los países capitalistas van para sus ejércitos: el estado
funciona como un fondo colectivo de recursos para implementar los intereses de
los capitalistas, y el ejercito esta entre los aparatos más importantes dentro
de esta caja de herramientas.
Por
supuesto, en teoría, los soldados y los policías existen para proteger a los
ciudadanos de otros matones armados. Visto así, ellos se dedican a una especie
de negocio de la protección, donde los ciudadanos deben tener más miedo de
otros matones que de los que sirven a sus gobernantes. Esta situación sirve
convenientemente a los que mandan: cuanto más teman sus ciudadanos a otras
naciones – o se teman entre ellos – menos objeciones pondrán a su propia subyugación.
Pero ellos nos dijeron que les diéramos una
paliza a los protestantes, nos dijeron que los gastáramos, que los arrestáramos,
que los torturáramos, así que los hicimos.
Y ahora cambian su
discurso y nos culpan, dicen que el problema somos nosotros, que estábamos
fuera de control. ¡Como siempre han hecho!
Las
guerras abiertas eran relativamente comunes en los días en los que los
gobiernos concebían sus intereses como distintas naciones en vez de cómo
participantes en la economía global. Hoy en día, a menudo los conflictos son
presentados como una mayoría mundial tratando de hacer entrar en razón a un
“estado peligroso” como Irán o Corea del Norte. En vez de luchar por una mayor supremacía,
los gobiernos trabajan, cada día más, juntos para profundizar y fortificar los
cimientos del sistema capitalista. Consecuentemente el viejo estilo de guerra a
sido sustituido por “las labores de policía” a escala global., y estas labores
han aumentado hasta convertirse en guerra
contra la población: guerra contra las drogas, contra el “terrorismo”, la
inmigración ilegal, la disidencia política…
De
hecho, aunque hace milenios que los ejércitos existen, la policía es
relativamente nueva. Hasta hace poco, generalmente las comunidades se regulaban
a si mismas. Algunas veces los ricos y poderosos echaban mano de los
mercenarios para “mantener la paz” pero estaban principalmente preocupados por
proteger sus propios privilegios y castigar las insubordinaciones. Sus
intrusiones en las comunidades pobres eran obvias e infrecuentes.
Cuando
los departamentos de policía modernos aparecieron el los siglos XVIII y XIX, no
fue para hacer las comunidades más seguras, sino para subordinarlas a la
autoridad central. Fue una de las muchas iniciativas para extender el control
burocrático hasta cada aspecto de la vida. Previamente, la desobediencia podía
tomar ventaja cuando se producían conflictos entre las facciones rivales de la
estructura de poder. Ahora, resistirse a la policía significa enfrentarnos
contra todo el aparato del estado.
La
revolución industrial concentro a los explotados y las mercancías que producían
en entornos urbanos caóticos en los cuales algunos de ellos trataron de hacer
por cuenta propia una distribución de la riqueza. En esta situación, los
capitalistas ya no podían proteger sus intereses sobre la base de repartir sus
sobras. Así que introdujeron el sistema centralizado de policía que servia a
dos propósitos: monopolizar el control del estado mientras protegían el mercado
y la propiedad para mercaderes e industriales – que a cambio pagaban impuestos
al estado. De acuerdo con esto, la policía se especializo en prevenir el robo y
la “vagancia” aunque ahora y entonces, usaron historias sensacionalistas sobre
crímenes para justificar su existencia.
Muchas
de las técnicas que esta policía utilizaba, habían sido originalmente
desarrolladas por los espías de los poderosos para suprimir ideas sediciosas y
conspiraciones. No fue coincidencia: cuando la fortuna del estado pasó a
depender de la acumulación capitalista, el crimen popular contra la propiedad
privada pasó a ser una de las amenazas más grandes contra las estructuras de
poder.
En
el fondo, la represión política y la prevención del crimen sirven al mismo propósito.
Los astutos portavoces de la policía, pueden deslizar sin ningún problema su retórica
desde a lucha contra el crimen hasta la lucha contra el extremismo político y
vuelta a empezar según les resulte más conveniente. Cuando los movimientos políticos
aceptan estas categorías y se toman el trabajo de distinguirse a si mismos de
los “criminales” ellos les ahorran los problemas que ese trabajo daría a la policía.
Hoy,
más y más espacio “publico” es de propiedad privada – centros comerciales,
campus universitarios, urbanizaciones cerradas – compañías privadas y otros
grupos no gubernamentales tienen cada día más responsabilidades en la prevención
del crimen del día a día. Hay miles de guardias de seguridad por todos lados,
más que policías. Mientras tanto a menudo los negocios contratan servicios específicos
de la policía por una comisión, o les proporcionan comisarías a cambio de una
mayor presencia. En algunos lugares, organizaciones sin ánimo de lucro y la
misma policía, reclutan civiles para vigilar sus propios vecindarios.
En
vez de un retorno a los días anteriores a la policía, esto representa un nuevo
estadio en la expansión de la vigilancia. Las fuerzas de policía centralizadas serian
necesarias tiempos de levantamiento, sí la mayoría de la gente dejara de identificarse
con el capitalismo; sirven para generar entornos homogéneos donde pueda
florecer el comercio. Funcionan aun para suprimir revueltas aunque han cambiado
a tácticas de operaciones especiales y de control de masas. Pero ahora que el capitalismo ha conquistado
gran parte del mundo, la policía privatizada y descentralizada tiene una
ventaja: se puede adaptar a contextos específicos sin verse limitada por marcos
incomodos como la ley o la justicia. Como el trabajo, la policía se ha vuelto
más flexible y diversificada.
Así
mismo, como las naciones han dejado de ser el principal actor en la política
internacional, los militares del estado son complementados de nuevo por
mercenarios privados. Agencias de seguridad comerciales son contratadas para
trabajar en el exterior, mientras los militares estatales se traen a casa para
acabar con las revueltas en sus propios países.
En
una era de creciente desempleo, la policía es para los excluidos lo que los
jefes son para los obreros. Como primera línea de imposición de las
desigualdades en los derechos de propiedad, son a menudo el objetivo primario
de la rabia de los desposeídos. Donde quiera que esta furia crece lo suficiente
como para amenazar estas desigualdades, vemos que cada estado es un estado
policial a la espera.
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