domingo, 26 de agosto de 2012

Justicia.

            “Una ley para ellos, otra para nosotros” En teoría, una persona rica se enfrenta a las mismas consecuencias legales por robar una rebanada de pan o dormir bajo un puente que una persona pobre. En la práctica no es exactamente de ese modo.
            Esto no debería sorprendernos en vista al origen de nuestro sistema legal. Los seres humanos siempre han tenido instituciones para lidiar con los conflictos, pero la jurisprudencia moderna está construida alrededor de la noción de propiedad privada. La corte original fue la corte real, donde los terratenientes traían sus disputas delante del rey, eventualmente se designaban jueces para tomar decisiones en su lugar. En este sentido, el feudalismo esta todavía con nosotras, pues heredamos su sistema legal y su concepto de propiedad junto con la mayoría de sus leyes.
            Nuestro código legal actual todavía protege los derechos de propiedad sobre todo lo demás: es legal echar a una familia de su casa, pero ilegal ocupar un edificio vacío.  Pero hoy los mecanismos de vigilancia e imposición se extienden más profundamente que nunca dentro del terreno social. El rey solo podía interceder en los asuntos de sus súbditos en casos excepcionales, ahora, miles de personas y máquinas están dedicadas incesantemente en monitorizar,  investigar, evaluar y penalizar.
            En la cima de este aparato están los tribunales de justicia. Los tribunales ejercen una influencia tremenda en la sociedad, la mayor parte de la cual resulta invisible. Podemos seguir con nuestra vida diaria sin tener que pisar una corte de justicia, pero las decisiones de los jueces dan forma a los espacios en los que vivimos y trabajamos, las tecnologías que usamos e incluso los ingredientes de las comidas que comemos.  Los tribunales subsidian a las empresas imponiendo los costes de sus actividades al público en general, librándolas de sus responsabilidades por sus daños y peligros, justificándolo irónicamente sobre la base de su “utilidad” a la sociedad. Los tribunales deciden políticas sociales, definiendo legitimidad y desviación. Se nos dice que los jueces son neutrales e imparciales, pero todos ellos pertenecen a la misma clase y lo que defienden está suficientemente claro.
            En ningún sitio las desigualdades de clase se ven tan claramente como en el sistema de justicia que ellos supervisan.  El aparato que supuestamente tiene que garantizar la igualdad de derechos es tan bizantino  que solo una elite especialmente entrenada tiene idea de cómo funciona, o el derecho de operar dentro de él. Si tenemos que navegar por ese sistema, nuestra única esperanza es alquilar a alguno de estos especialistas.  Si nos enfrentamos a un adversario que se puede permitir un abogado mejor relacionado, como serian una corporación o el gobierno, preparémonos para lo peor.
Aquellos demasiado pobres para permitirse asesoría legal, seremos afortunados si se nos asignan abogados de oficio sobrecargados de trabajo y pobremente equipados. Los acusados en esta situación tienen unas altísimas tasas de culpabilidad y sentencias en contra, y de cualquier modo cuando se nos encuentre culpables se nos cargara también con las costas.
            En efecto, esto significa que esta igualdad legal está disponible sobre la base euro a euro. Para establecer la “igualdad ante la ley” de una manera que tuviera algún sentido significativo, tendríamos que empezar librándonos de los abogados privados.  Pero podría ser más fácil abolir el capitalismo de todas todas que hacer una reforma de este tipo cuando los abogados tienen tal candidata de influencia.
            Los jueces y los abogados no son los únicos que se benefician de esta industria de la justicia.  En el caso inusual de que un rico sea detenido, puede poner parte de su riqueza como garantía y recuperarla al finalizar el juicio. La gente pobre no puede permitirse las fianzas, así pues, deben ponerse en manos de usureros para no recuperar ese dinero luego, así los ricos escapan libres incluso cuando se dedican a acumular riqueza a costa de los pobres, como es habitual. Esta política también presiona a los pobres que no pueden permitirse la fianza a aceptar los tratos con la fiscalía antes que seguir languideciendo en la cárcel.
            Verdaderamente el sistema actual de justicia depende de que la mayoría de los acusados no tengan medios para defenderse, no se podría conseguir un juicio justo para cada uno de los que son acusados de un crimen. Los pobres son presionados a cada paso del camino para que acepten las sentencias lo antes posible. Detrás del telón, hay pocas pretensiones de que los tribunales sean imparciales. En este sentido, la encarcelación, el tercer grado,  la libertad condicional, las multas, y otras penalizaciones sirven para la distribución desigual de derechos y poder, de la misma manera que lo hace el dinero.
            Esto explica porque la industria de la justicia hace tan poco para frenar la actividad antisocial: su propósito no es asistir o rehabilitar a las personas que caen en su red sino perpetuar cierto orden social. En ese sentido, cada vez que una persona comete un crimen, la sociedad que lo ha producido es también culpable de ello, pero erradicar el crimen no es una prioridad excepto cuando amenaza las relaciones de poder capitalista.
            Somos  testigos, por ejemplo, de todos los crímenes que las empresas y gobiernos perpetran incluso contra sus propias medidas.  Solo se necesita contar como son tratados todos los desfavorecidos o someter a escrutinio el comportamiento de las fuerzas de seguridad, para ver el poco peso se la ley que recae sobre aquellos que las enmarcan y las hacen cumplir.  La ley ofrece otra manera de proteger los intereses de aquellos que controlan el capital, pero se la saltan rápidamente cuando se requieren otros métodos más efectivos o convenientes.  Si se nos dice que la ley existe para servirnos a todas por igual es simplemente para tratar de persuadirnos de su legitimidad.
             Aunque muchos aceptan de boquilla esta legitimidad, muy pocos la aceptan incondicionalmente. Consideremos cuanta gente se descarga software o música sin pagar por ello, aunque la propaganda empresarial lo describa como un robo.  Incluso los más estrictos defensores de la ley y el orden se saltan la normativa de tráfico. Decir que queremos que las leyes se apliquen por igual a todo el mundo, en la práctica todas nos vemos como excepciones a la regla. Esto se ajusta al espíritu de las leyes diseñadas para ser aplicadas sobre los demás.
            Aquellos que defienden la legitimidad de las leyes aseguran que tiene que haber una manera para evitar el comportamiento que es peligroso o moralmente incorrecto. Pero las leyes en sí mismas no detienen a nadie para hacer algo, y una ciudadana que se tome la justicia por su mano fuera del sistema legal seguramente será castigada en consecuencia. El rol real del sistema de justicia es monopolizar el legítimo uso de la fuerza.  Cuando un agente de policía se indigna ante la “violencia” de los manifestantes que dañan su equipamiento militar, no es a su violencia a lo que se opone sino a su autodeterminación. El sistema legal está diseñado para desalentar la autodeterminación, para acostumbrar a la gente a la idea de que no es su responsabilidad decidir por sí mismos como actuar.
            Viviendo bajo este sistema, olvidamos lo que significa ser responsables de nosotras mismas. Olvidamos como resolver nuestros conflictos de acuerdo con las necesidades de los implicados, sin recurrir a las bandas armadas de “imparciales” extraños. Olvidamos incluso que una cosa así es posible. Lo peor de todo, olvidamos como defendernos por nosotras mismas cuando tratan de someternos, como actuar cuando nuestros corazones nos incitan a no preocuparnos por las reglas.

¿Cuál fue su crimen?
No deshacerse del capitalismo.


Le condeno a cuarenta horas de duro trabajo cada semana para el resto de su vida adulta, a dar informes cada día a sus autosatisfechos superiores, a estar sujeto constantemente a monitorización y vigilancia, a nunca tener que elegir como usar todo su potencial. ! Siguiente ¡

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