El mando intermedio es simultáneamente
un trabajador y un representante de la clase capitalista. Esta
obligado a comportarse como un ejecutivo sin las mismas recompensas.
Como los empleados que tiene por
debajo, tiene que implementar decisiones tomadas sin su colaboración
– y cuando lo hace bien los meritos van para aquel que dio las
ordenes, como los ejecutivos sobre él, no puede simplemente vender
horas de su vida, sino que esta debe convertirse en su
trabajo, llevándoselo a casa. Es su responsabilidad implementar las
políticas de la empresa, motivar a los trabajadores, y mantener la
disciplina y el control del día a día. Todo el mundo en posiciones
intermedias confía en avanzar rápidamente a una posición más alta
– pero cuanto más subes en la pirámide, menos espacios quedan
disponibles.
Hace una décadas, cuando los
empleados trabajaban para la misma corporación toda su vida, el
mando intermedio parecía un paso más en el lento y constante
proceso de avance. Este sueño llego a su fin en la década de los 80
cuando los avances tecnológicos permitieron a las empresas
prescindir de miles de mandos intermedios. Aun si los mandos
intermedios todavía permanecen en dos aspectos, como un especifico
papel en la economía, y como una condición existencial afectando a
todos menos los que están en la cúspide o la base de la pirámide.
Los que están por encima nos manejan y manejamos a los que están
por debajo, pero ¿durante cuanto tiempo podremos manejarnos, a
nosotros mismos?
En el cambio de la habilidades
manuales al arte de vender y servir a la gente, el trato personal con
los empleados se desplazo a la esfera del intercambio y se convirtió
en una mercancía más en el mercado laboral. Amabilidad y
amigabilidad se convirtieron en aspectos de servicio personalizado o
relaciones publicas de las grandes firmas, racionalizándolo en vista
a posteriores ventas. Con una falta de sinceridad anónima, la
persona exitosa hace un instrumento de su propia apariencia y
personalidad.
La sinceridad es un inconveniente para
el propio trabajo, hasta que las reglas de las ventas y los negocios
se conviertan en un aspecto “genuino” de uno mismo.
El tacto es una serie de pequeñas
mentiras sobre los propios sentimientos, hasta que uno se vacía de
tales sentimientos.
El mercado de la personalidad, el
efecto más decisivo y síntoma del gran salón de ventas, subyace la desconfianza y la alineación que invade todo, omnipresente característica de la gente metropolitana. Sin valores
comunes y confianza mutua, el nexo de dinero en efectivo que une una
persona a otra en fugaz contacto se ha hecho cada vez más sutil
de un docena de maneras e infecta más profundamente todas las áreas
de la vida.
Se pide a la gente que parezca
interesada en los demás solo con el fin de manipularlos. Con el paso
del tiempo, si esta ética se extiende, aprenderemos que la
manipulación es inherente a todo contacto entre humanos. Los hombres
son separados unos de otros así como cada uno secretamente
trata de hacer un instrumento del otro, y el circulo se completa: uno
hace un instrumento de si mismo y es separado de si mismo también.
C. Wright Mills
Cuello blanco. Las clases medias
americanas. 1951
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