Todo el mundo odia a los políticos.
Esto debería sorprendernos, considerando que sus carreras dependen
de que nos gusten, pero la razón es bastante simple. Obtienen sus
empleos prometiéndonos el mundo, pero su trabajo es mantenerlo
alejado de nuestras manos – para gobernarlo.
Como cualquier otra forma de trabajo,
este gobierno impone su propia lógica. Pensemos que ocurre en el
Pentágono o el Kremlin o las oficinas de cualquier ayuntamiento. Las
actividades del día a día son las mismas bajo cualquier partido
político; no son muy diferentes en el día de hoy de cómo lo fueron
en otros periodos históricos. Los políticos tienen que ejercer el poder dentro de las estructuras del estado, pero esas
estructuras dictan lo que ellos pueden hacer.
Para entender como funciona, tenemos
que empezar por la Europa feudal, cuando el capitalismo estaba
empezando y la forma de la sociedad era más simple. Los reyes
garantizaban poder a los nobles a cambio de apoyo militar; los nobles
daban a sus vasallos tierras a cambio de su lealtad, campesinos y siervos daban a sus señores trabajo gratuito y una parte
de lo que producían a cambio de no ser exterminados. El acceso a los
recursos estaba determinado por un estatus hereditario y un siempre
cambiante equilibrio entre alianzas. Estas jerarquías eran
explicitas pero extremadamente inestables: como había pocas vías
para cambiar su situación la gente estaba constantemente rebelándose
y derribándolos.
Eventualmente, no obstante, los monarcas
empezaron a consolidar su poder. Para conseguir esto, tuvieron que
construir lo que actualmente conocemos como el aparato del estado:
integraron a sus esbirros en una sola maquina burocrática
monopolizando la fuerza militar, la legitimidad judicial y la
regulación del comercio. Contrariamente a los señores feudales, los
funcionarios de esta maquinaria tenían deberes especializados y una
autoridad limitada; respondían directamente frente a los monarcas
que pagaban sus sueldos, a menudo con dinero prestado por los bancos
que estaban floreciendo por toda Europa.
Los primeros políticos fueron
ministros designados por los reyes para operar esta maquinaria. De
alguna manera, eran burócratas como aquellos que estaban bajo su
mandato; tenían que ser altamente competentes en los campos que
supervisaban, como sus homólogos actuales. Pero estas cualidades
eran a menudo menos importantes que la habilidad para ganarse el
favor del rey vía halagos, sobornos o promesas estravagantes. Esto le
sonara familiar a cualquiera que siga la política actual.
El capitalismo desarrollo una relación
simbiótica con el aparato del estado. En los tiempos feudales mucha
gente había obtenido lo que necesitaba fuera de la economía de
intercambio. Pero así como el estado consolidaba su poder , los
campos y pastos comunales fueron privatizados, y las minorías
locales y los nuevos territorios más allá de los mares fueron
saqueados sin piedad. Al empezar los recursos a fluir más
dinámicamente, mercaderes y banqueros ganaron un creciente poder e
influencia.
Las revoluciones americanas y europeas
de los siglos XVIII y XIX trajeron el final del reinado de los reyes.
Mirando lo escrito en los muros, parece que los mercaderes se
alineaban con los explotados y los excluidos. Pero el aparato del
estado era esencial para proteger sus riquezas, así que en vez de
abolir las estructuras a través de las cuales el rey les había
gobernado, argumentaron que la gente debía hacerse con su control y
administrarlas “democráticamente”. Consecuentemente “nosotros
la gente” reemplazó al rey como el soberano poder al que los
políticos debían cortejar.
El aparato del estado siguió
acumulando poder independientemente de los individuos a su mando y
la soberanía frente a la cual supuestamente respondían. Policía,
educación, ejercito, servicios sociales, instituciones financieras y
jurisprudencia se expandieron y multiplicaron. Manteniendo su
relación simbiótica con el capitalismo , todas estas instituciones
tendieron a producir dóciles fuerzas de trabajo, mercados estables,
y un constante acopio de recursos. A medida que fueron administrando
más y más aspectos de la sociedad de acuerdo con un cuerpo
especializado de conocimientos, se fue haciendo cada vez más difícil
concebir una vida sin ellos.
En el siglo XX, una nueva ola de
revoluciones establecieron el control de esta clase burocrática
sobre el “mundo en desarrollo”. Esta vez, los comerciantes eran a
menudo derrocados junto con los reyes, pero una vez más, el aparato
del estado en si mismo fue dejado intacto, manejado por una nueva
generación de políticos que proclamaban servir a la “clase
trabajadora”. Algunos llamaron a esto “socialismo” pero
hablando propiamente era simplemente capitalismo de estado, en
el que el capital estaba controlado por la burocracia gubernamental.
Hoy, capital y estado han reemplazado
casi completamente las jerarquías de la era feudal. Riqueza e
influencia permanecen hereditarias, pero son las estructuras en si
mismas las que controlan nuestras vidas, en vez de los individuos que
las manejan. Y mientras las jerarquías feudales eran fijas y
frágiles, estas nuevas estructuras son extremadamente resilientes.
Algunos todavía confían en que la
democracia contrarrestara los efectos del capitalismo. Pero no es
coincidencia que los dos se extiendan por el mundo juntos: ambos
preservan jerarquías mientras permiten la máxima movilidad dentro
de ellas. Esto canaliza el descontento hacia la competición interna,
permitiendo a los individuos cambiar su posición sin atacar los
desniveles de poder integrados dentro de la sociedad. El libre
mercado permite a cada prudente
trabajador un incentivo para permanecer invirtiendo en la propiedad
privada y la competición; en tanto que hace más factible mejorar la
propia posición que empezar una revolución, elegiremos la
competición por nuestra promoción en vez de la guerra de clases.
Similarmente, la democracia es la mejor manera para maximizar la inversión popular en las instituciones coercitivas del estado porque
da al mayor numero de gente posible la sensación de que ellos
pueden tener alguna influencia sobre ellas.
En la democracia representativa así
como en la competición capitalista, supuestamente todas tenemos una
oportunidad pero solo unos pocos llegan a la cumbre. En el caso de
que no venzamos ¡debe ser que no nos hemos esforzado lo suficiente!.
Esta es la misma racionalizacion usada para justificar las
injusticias del racismo o el sexismo: no tenéis lo que han obtenido
otras porque no habéis trabajado lo bastante duro. Pero no hay
espacio en la cumbre para todas nosotras, no importa lo duro que
trabajemos.
Cuando la realidad esta generada por
los medios y el acceso a estos esta determinado por la riqueza, las
elecciones son simplemente campañas publicitarias. La competencia
del mercado dicta que grupos de presión ganan los recursos que
determinaran en que condiciones los votantes van a tomar sus
decisiones. Bajo estas circunstancias, un partido político es
esencialmente un negocio ofreciendo oportunidades de inversión en
legislación. Es ingenuo esperar que los representantes políticos se
opongan a los intereses de su clientela, cuando dependen directamente
de ellos para obtener el poder.
Pero incluso si pudiéramos reformar
el sistema electoral y votar a representantes con el corazón de oro,
el estado todavía seria un obstáculo para las estructuras sociales
consensuadas y la autodeterminación. Su funciona fundamental es
imponer control: para hacer cumplir, castigar y administrar. En la ausencia
de los reyes, la dominación continua, es para lo único que el
sistema sirve.
Los modernos debates entre izquierda
política y derecha, generalmente se centran en cuanto control del
capital debe ser para el estado en vez de para la iniciativa privada.
Ambos están de acuerdo en que el poder debe estar centralizado en
las manos de una elite profesional; la única cuestión es como esa
elite tiene que estar constituida. Los izquierdistas a menudo
argumentan su idea denigrando la irracionalidad de los mercados y
prometiendo un estado de cosas más humano.
Todavía no hay evidencias de que
estaremos mejor si el estado lo posee todo. Desde la Unión Soviética
hasta la Alemania Nazi el siglo XX esta lleno de ejemplos de eso,
ninguno de los cuales es prometedor. En vista de sus orígenes
históricos y su necesidad de mantener el poder, no debería
sorprendernos que los burócratas estatales no sean mejores que los
burócratas corporativos. Toda burocracia aliena a los seres humanos
de su propio potencial, traduciendolo a algo externo al que solo
pueden acceder a través de los canales establecidos.
Mientras algunos políticos podrían
oponerse a algunos individuos poderosos o clases, las no políticas
atacaremos el poder jerarquizo per se; como los magnates, su posición es dependiente de la centralización
del poder, así que no pueden hacer nada diferente. En casos
extremos, un gobierno puede reemplazar una clase capitalista por otra
– como hicieron los bolcheviques después de la revolución rusa -
pero ningún gobierno se deshará nunca de la propiedad privada,
porque gobernar necesariamente entails controlar el capital. Si
queremos crear un mundo sin trabajo, tendremos que hacerlo también
sin políticos.
Nunca nos dejaran
acceder a su escenario.
Algunas veces parece que un candidato
dice todo lo que la gente nos venimos diciendo unas a otras desde
hace mucho tiempo; parece haber aparecido de fuera del mundo de los
políticos, para realmente ser una de nosotras. Criticando el sistema
dentro de su propia lógica, sutilmente nos persuade de que puede ser
reformado – que podría funcionar, solo que la gente correcta
obtuviera el poder. Así mucha energía que debería haber ido a
desafiar el sistema en si mismo, acaba redirigida a apoyar, una vez
más, a otro candidato para el puesto, quien inevitablemente falla en
sus objetivos.
Estos candidatos solo obtienen tanta
atención solo porque apelan a nuestros sentimientos, son buenos
quitando energía a los movimientos basados en el poder de la gente.
Cuando llegan al poder y venden a la gente, los partidos de la
oposición capitalizan esto asociando sus supuestas ideas radicales
con los problemas reales que prometieron resolver – y canalizando
el descontento con el gobierno en otra nueva campaña política. Así,
¿debemos poner nuestra energía en apoyar a los políticos o en
construir un movimiento social que los fuerce a tomar posiciones
radicales desde el primer momento? Muy a menudo, estamos
aterrorizadas y enfocadas en el espectáculo de las elecciones por la
posibilidad de ser gobernadas por el peor de los candidatos posibles:
¿Qué pasara si llega al poder? Empujadas a pensar que las cosas
pueden ser incluso peor.
Pero el problema reside en que les
damos demasiado poder a los políticos en primer lugar – de otro
modo, ¿Qué importaría quien lleve las riendas? – Así, de
cualquier modo, en este caso, ellos siempre serán unos tiranos. Esa
es la razón por la que tenemos que poner nuestra energía en
soluciones duraderas y no en campañas políticas.
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