domingo, 26 de agosto de 2012

Politicos.

Todo el mundo odia a los políticos. Esto debería sorprendernos, considerando que sus carreras dependen de que nos gusten, pero la razón es bastante simple. Obtienen sus empleos prometiéndonos el mundo, pero su trabajo es mantenerlo alejado de nuestras manos – para gobernarlo.
Como cualquier otra forma de trabajo, este gobierno impone su propia lógica. Pensemos que ocurre en el Pentágono o el Kremlin o las oficinas de cualquier ayuntamiento. Las actividades del día a día son las mismas bajo cualquier partido político; no son muy diferentes en el día de hoy de cómo lo fueron en otros periodos históricos. Los políticos tienen que ejercer el poder dentro de las estructuras del estado, pero esas estructuras dictan lo que ellos pueden hacer.
Para entender como funciona, tenemos que empezar por la Europa feudal, cuando el capitalismo estaba empezando y la forma de la sociedad era más simple. Los reyes garantizaban poder a los nobles a cambio de apoyo militar; los nobles daban a sus vasallos tierras a cambio de su lealtad, campesinos y siervos daban a sus señores trabajo gratuito y una parte de lo que producían a cambio de no ser exterminados. El acceso a los recursos estaba determinado por un estatus hereditario y un siempre cambiante equilibrio entre alianzas. Estas jerarquías eran explicitas pero extremadamente inestables: como había pocas vías para cambiar su situación la gente estaba constantemente rebelándose y derribándolos.
Eventualmente, no obstante, los monarcas empezaron a consolidar su poder. Para conseguir esto, tuvieron que construir lo que actualmente conocemos como el aparato del estado: integraron a sus esbirros en una sola maquina burocrática monopolizando la fuerza militar, la legitimidad judicial y la regulación del comercio. Contrariamente a los señores feudales, los funcionarios de esta maquinaria tenían deberes especializados y una autoridad limitada; respondían directamente frente a los monarcas que pagaban sus sueldos, a menudo con dinero prestado por los bancos que estaban floreciendo por toda Europa.
Los primeros políticos fueron ministros designados por los reyes para operar esta maquinaria. De alguna manera, eran burócratas como aquellos que estaban bajo su mandato; tenían que ser altamente competentes en los campos que supervisaban, como sus homólogos actuales. Pero estas cualidades eran a menudo menos importantes que la habilidad para ganarse el favor del rey vía halagos, sobornos o promesas estravagantes. Esto le sonara familiar a cualquiera que siga la política actual.
El capitalismo desarrollo una relación simbiótica con el aparato del estado. En los tiempos feudales mucha gente había obtenido lo que necesitaba fuera de la economía de intercambio. Pero así como el estado consolidaba su poder , los campos y pastos comunales fueron privatizados, y las minorías locales y los nuevos territorios más allá de los mares fueron saqueados sin piedad. Al empezar los recursos a fluir más dinámicamente, mercaderes y banqueros ganaron un creciente poder e influencia.
Las revoluciones americanas y europeas de los siglos XVIII y XIX trajeron el final del reinado de los reyes. Mirando lo escrito en los muros, parece que los mercaderes se alineaban con los explotados y los excluidos. Pero el aparato del estado era esencial para proteger sus riquezas, así que en vez de abolir las estructuras a través de las cuales el rey les había gobernado, argumentaron que la gente debía hacerse con su control y administrarlas “democráticamente”. Consecuentemente “nosotros la gente” reemplazó al rey como el soberano poder al que los políticos debían cortejar.
El aparato del estado siguió acumulando poder independientemente de los individuos a su mando y la soberanía frente a la cual supuestamente respondían. Policía, educación, ejercito, servicios sociales, instituciones financieras y jurisprudencia se expandieron y multiplicaron. Manteniendo su relación simbiótica con el capitalismo , todas estas instituciones tendieron a producir dóciles fuerzas de trabajo, mercados estables, y un constante acopio de recursos. A medida que fueron administrando más y más aspectos de la sociedad de acuerdo con un cuerpo especializado de conocimientos, se fue haciendo cada vez más difícil concebir una vida sin ellos.
En el siglo XX, una nueva ola de revoluciones establecieron el control de esta clase burocrática sobre el “mundo en desarrollo”. Esta vez, los comerciantes eran a menudo derrocados junto con los reyes, pero una vez más, el aparato del estado en si mismo fue dejado intacto, manejado por una nueva generación de políticos que proclamaban servir a la “clase trabajadora”. Algunos llamaron a esto “socialismo” pero hablando propiamente era simplemente capitalismo de estado, en el que el capital estaba controlado por la burocracia gubernamental.
Hoy, capital y estado han reemplazado casi completamente las jerarquías de la era feudal. Riqueza e influencia permanecen hereditarias, pero son las estructuras en si mismas las que controlan nuestras vidas, en vez de los individuos que las manejan. Y mientras las jerarquías feudales eran fijas y frágiles, estas nuevas estructuras son extremadamente resilientes.
Algunos todavía confían en que la democracia contrarrestara los efectos del capitalismo. Pero no es coincidencia que los dos se extiendan por el mundo juntos: ambos preservan jerarquías mientras permiten la máxima movilidad dentro de ellas. Esto canaliza el descontento hacia la competición interna, permitiendo a los individuos cambiar su posición sin atacar los desniveles de poder integrados dentro de la sociedad. El libre mercado permite a cada prudente trabajador un incentivo para permanecer invirtiendo en la propiedad privada y la competición; en tanto que hace más factible mejorar la propia posición que empezar una revolución, elegiremos la competición por nuestra promoción en vez de la guerra de clases. Similarmente, la democracia es la mejor manera para maximizar la inversión popular en las instituciones coercitivas del estado porque da al mayor numero de gente posible la sensación de que ellos pueden tener alguna influencia sobre ellas.
En la democracia representativa así como en la competición capitalista, supuestamente todas tenemos una oportunidad pero solo unos pocos llegan a la cumbre. En el caso de que no venzamos ¡debe ser que no nos hemos esforzado lo suficiente!. Esta es la misma racionalizacion usada para justificar las injusticias del racismo o el sexismo: no tenéis lo que han obtenido otras porque no habéis trabajado lo bastante duro. Pero no hay espacio en la cumbre para todas nosotras, no importa lo duro que trabajemos.
Cuando la realidad esta generada por los medios y el acceso a estos esta determinado por la riqueza, las elecciones son simplemente campañas publicitarias. La competencia del mercado dicta que grupos de presión ganan los recursos que determinaran en que condiciones los votantes van a tomar sus decisiones. Bajo estas circunstancias, un partido político es esencialmente un negocio ofreciendo oportunidades de inversión en legislación. Es ingenuo esperar que los representantes políticos se opongan a los intereses de su clientela, cuando dependen directamente de ellos para obtener el poder.
Pero incluso si pudiéramos reformar el sistema electoral y votar a representantes con el corazón de oro, el estado todavía seria un obstáculo para las estructuras sociales consensuadas y la autodeterminación. Su funciona fundamental es imponer control: para hacer cumplir, castigar y administrar. En la ausencia de los reyes, la dominación continua, es para lo único que el sistema sirve.
Los modernos debates entre izquierda política y derecha, generalmente se centran en cuanto control del capital debe ser para el estado en vez de para la iniciativa privada. Ambos están de acuerdo en que el poder debe estar centralizado en las manos de una elite profesional; la única cuestión es como esa elite tiene que estar constituida. Los izquierdistas a menudo argumentan su idea denigrando la irracionalidad de los mercados y prometiendo un estado de cosas más humano.
Todavía no hay evidencias de que estaremos mejor si el estado lo posee todo. Desde la Unión Soviética hasta la Alemania Nazi el siglo XX esta lleno de ejemplos de eso, ninguno de los cuales es prometedor. En vista de sus orígenes históricos y su necesidad de mantener el poder, no debería sorprendernos que los burócratas estatales no sean mejores que los burócratas corporativos. Toda burocracia aliena a los seres humanos de su propio potencial, traduciendolo a algo externo al que solo pueden acceder a través de los canales establecidos.
Mientras algunos políticos podrían oponerse a algunos individuos poderosos o clases, las no políticas atacaremos el poder jerarquizo per se; como los magnates, su posición es dependiente de la centralización del poder, así que no pueden hacer nada diferente. En casos extremos, un gobierno puede reemplazar una clase capitalista por otra – como hicieron los bolcheviques después de la revolución rusa - pero ningún gobierno se deshará nunca de la propiedad privada, porque gobernar necesariamente entails controlar el capital. Si queremos crear un mundo sin trabajo, tendremos que hacerlo también sin políticos.

Nunca nos dejaran acceder a su escenario.

Algunas veces parece que un candidato dice todo lo que la gente nos venimos diciendo unas a otras desde hace mucho tiempo; parece haber aparecido de fuera del mundo de los políticos, para realmente ser una de nosotras. Criticando el sistema dentro de su propia lógica, sutilmente nos persuade de que puede ser reformado – que podría funcionar, solo que la gente correcta obtuviera el poder. Así mucha energía que debería haber ido a desafiar el sistema en si mismo, acaba redirigida a apoyar, una vez más, a otro candidato para el puesto, quien inevitablemente falla en sus objetivos.
Estos candidatos solo obtienen tanta atención solo porque apelan a nuestros sentimientos, son buenos quitando energía a los movimientos basados en el poder de la gente. Cuando llegan al poder y venden a la gente, los partidos de la oposición capitalizan esto asociando sus supuestas ideas radicales con los problemas reales que prometieron resolver – y canalizando el descontento con el gobierno en otra nueva campaña política. Así, ¿debemos poner nuestra energía en apoyar a los políticos o en construir un movimiento social que los fuerce a tomar posiciones radicales desde el primer momento? Muy a menudo, estamos aterrorizadas y enfocadas en el espectáculo de las elecciones por la posibilidad de ser gobernadas por el peor de los candidatos posibles: ¿Qué pasara si llega al poder? Empujadas a pensar que las cosas pueden ser incluso peor.
Pero el problema reside en que les damos demasiado poder a los políticos en primer lugar – de otro modo, ¿Qué importaría quien lleve las riendas? – Así, de cualquier modo, en este caso, ellos siempre serán unos tiranos. Esa es la razón por la que tenemos que poner nuestra energía en soluciones duraderas y no en campañas políticas.

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