Cualquiera que haya pasado tiempo con niños pequeños sabe
cuanto les gusta aprender. Desde el principio, imitan a cualquiera que este a
su alrededor. Sin este instinto que permite a cada nueva generación recoger el
conocimiento y las habilidades de las anteriores, nuestra especie se habría
extinguido hace ya mucho tiempo.
Se necesita
esfuerzo para hacer que los niños pierdan esta curiosidad natural. Los tenemos
que apartar de sus familias, aislarlos en ambientes estériles con solo unos
pocos adultos agotados y enseñarles que aprender es una disciplina. Eso es que los hemos mandado a la escuela.
No fue
hasta el siglo XIX que la educación masiva se hizo fuerte en Europa. La
familia, la más antigua institución de socialización, ya no era suficiente
preparar a los niños para asumir sus roles en la cambiante sociedad –
especialmente en las familias trabajadoras, cada vez más fragmentadas por la revolución
industrial. Una vez que se puso límites al trabajo infantil, los niños tenían
que pasar su tiempo en algún lugar .Los
gobiernos vieron la escolarización obligatoria como una forma de producir
población dócil: soldados obedientes para el ejército, trabajadores obedientes
para la industria, tenderos y funcionarios sumisos. Los reformadores sociales
lo veían de otra manera, como un modo de mejorar la humanidad – pero fueron los
gobiernos quienes al final se hicieron con el control.
La
educación obligatoria se extendió de la mano de la industrialización, y
eventualmente la educación se convirtió en una industria por su propio derecho.
La encarnación de esta industria manejada por el estado todavía funciona para
mantener a la gente joven fuera de las calles y programarlos con un currículo
estandarizado. Su encarnación privada se ha convertido en un beneficioso sector
de la economía: separada de la vida diaria, la educación se ha convertido en
una mercancía para ser comprada y vendida como cualquier otra.
En un mundo
mecanizado, en el que el autopago en el supermercado y los embarques electrónicos
en los aeropuertos están reemplazando los empleos que solían mantener a los
ciudadanos integrados en la sociedad ¿Qué se puede hacer con todos estos
trabajadores sobrantes? Una solución es posponer su entrada en el mercado
laboral. Hoy el aspirante a empleado pasa más tiempo que nunca antes estudiando
para lograr una ventaja, una lista más larga de credenciales, otro nuevo sello
en su curriculum. Esto ayuda a mandar el mensaje de que las desgracias de los
desempleados y de los que no tienen éxito es su propia culpa – tenían que
haberse formado mejor.
Cuando el
poder mayoritariamente se heredaba, solo los ricos y poderosos mandaban a sus
hijos a la escuela. En la economía actual basada en el crédito, en la que la mayoría
de los trabajadores vivimos por encima de nuestras posibilidades con la
esperanza de mejorar nuestra posición, es mucho más fácil aspirar a la riqueza
y el poder – pagando un precio. Si queremos un trabajo decente, tenemos que
pagar y esforzarnos mucho por los títulos, como prerrequisito. Esto atrapa a
los estudiantes en grandes gastos y deudas, forzándonos a vendernos donde
quiera que el mercado nos necesite – una forma sofisticada de servidumbre
inducida por contrato. Cuanto más sobreeducada esta la fuerza de trabajo, más
exquisitos se vuelven los empleadores, así los trabajadores tenemos que volver
a la escuela una y otra vez.
Hoy los títulos
son abiertamente considerados como una inversión de capital. Un grado es
valorado como una cierta cantidad de ingresos futuros potenciales, y algunos
grados están más valorados que otros. Así se esta viendo un descenso de
estudiantes en los grados en campos que ofrecen menos beneficiosos
económicamente como las humanidades. Esto sigue la lógica del mercado, pues
estos titulados son menos provechosos para el sistema económico, aunque sus
campos de estudio puedan mejorar la vida humana de maneras que desafían la
calibración económica Mientras tanto,
las medidas de austeridad estad haciendo desaparecer los últimos vestigios de
la universidad entendida como oasis de aprendizaje como fin en si mismo.
Por
supuesto millones de jóvenes no tendrán la oportunidad de ir a la universidad.
Muy pronto en su vida, los niños son puestos en dos caminos educacionales
distintos en función de su clase social; esto puede tomar forma de escuelas públicas
o privadas, mejor o peor dotadas, o clases para estudiantes “avanzados” y
clases para todos los demás. Para la mayoría predestinada a fracasar, el
sistema de enseñanza es solo una enorme guardería; aquellos que se revelan son
transportados directamente de la oficina del director a la prisión. Muchas
escuelas actuales parecen cárceles, con seguridad y cámaras, y otros mecanismos
para normalizar el control desde las edades más tempranas.
A pesar de
la saturación de graduados universitarios en el mercado, algunos todavía
mantienen que la solución para la pobreza y otros problemas es más educación.
Pero cuanto más arriba subes en la pirámide, menos sitio queda disponible,
ninguna cantidad de educación pública puede cambiar esto. En el mejor de los
casos, graduados de origen desfavorecido reemplazaran a algunos de los que
ocupan posiciones privilegiadas, pero por cada persona que sube en la escala
social, otra tiene que descenderla. Normalmente y con el plan Bolonia, más educación
solo significara más deudas.
Otro
precepto liberal es la noción de la academia como mercado de ideas. La metáfora del mercado es suficientemente
apropiada: como los seres humanos, las ideas tienen que competir en el injusto
terreno del capitalismo. Algunas son respaldadas por cancilleres y magnates de
los medios, millones y millones de euros y complejos militares-industriales
enteros, otras nacen literalmente en prisión. A pesar de eso, las que consiguen
trepar hasta la cumbre son consideradas las mejores – así como el hombre de
negocios más exitoso debe ser superior a cualquier otro. De acuerdo con esta
escuela de pensamiento, el capitalismo sobrevive porque todo el mundo, desde el
millonario hasta el botones están de acuerdo en que es la mejor idea.
NOSOTROS ENSEÑAMOS, TU TRABAJAS, ELLOS SE APROVECHAN.
Pero los
estudiantes no desarrollan sus ideas en el vació, sus conclusiones van a ser
influenciadas por sus intereses de clase. Cuanto más lejos avancemos en el
sistema educativo, más fácil será que el cuerpo de estudiantil tenga más
riqueza, especialmente a medida que las becas son cada vez menos y los precios
cada vez más altos. Consecuentemente las ideas reaccionarias tienden a acumular
prestigio académico. Si algunos conservadores todavía ven la universidad como
nidos de radicalismo, esto es simplemente porque los intereses de clase de los
profesores todavía no son tan reaccionarios como los de sus jefes.
Esto no
quiere decir que los niños ricos nacen destinados al numero uno. Se necesita al
menos tanta ingeniería social para producir jefes titulados como se necesita
para producir empleados serviles. Mucho de esto ocurre sutilmente. Por ejemplo,
el currículo de los mejores estudiantes no incluye nada sobre como cultivar o
preparar su comida, tejer o reparar su ropa, o arreglar motores; la implicación
de esto es que si lo hacen bien siempre habrá gente pobre que hará todo esto
para ellos. Así la educación que les prepara para ostentar el poder simultáneamente
los incapacita cuando se trata de cubrir sus necesidades básicas fuera de la
economía de mercado, haciendo que cualquier alternativa aparezca genuinamente
como una amenaza de muerte.
Aunque los
maestros están en primera línea imponiendo disciplina a los pobres y
legitimando los privilegios de los ricos, no se les puede echar la culpa
realmente. Aunque muchos son gente terrible. Algunos pueden ser grandes
mentores y amigos fuera de las constricciones de la escuela. Otros han
renunciado a la posibilidad de enriquecerse porque creen que la enseñanza es
importante aunque este mal pagada. Pero al final, los roles que se ven forzados
a jugar en clase evitan que obtengan el resultado buscado de sus esfuerzos y
capacidades, y malogran su deseo de hacer lo correcto junto con las nuevas
generaciones. Aquí y en cualquier lado, el sistema se refuerza con aquellos que
piensan que pueden reformarlo.
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