domingo, 26 de agosto de 2012

Identidad.

            La gente de África no fue esclavizada porque fueran negros, fueron definidos como negros porque fueron esclavizados.
                                                                                                          Noel Ignatiev.


            Trascender las categorías de identidad no es una tarea simple. Pueden ser constructos, pero hablando de algún modo, son más reales que la realidad. La raza, por ejemplo, es una ficción biológica pero un hecho social. Algunas de nuestras nociones de identidad se han desarrollado a lo largo de cientos de miles de años, hasta el punto que no nos podemos imaginar un mundo sin ellas.  Puede ser duro recordar que no son “naturales”, ni inevitables realidades vitales.
            Las formas de realidad que conocemos, están fundadas en la división entre uno mismo y el otro, el grupo al que se pertenece y los otros – como la división entre cristianos y “paganos”, que sirvió como justificación para conquistar y masacrar a estos últimos.  La negritud fue inventada como una racionalización para la subyugación de ciertas gentes, y la blanquitud como una alianza entre distintas etnicidades sobre la base del privilegio compartido, como ilustra la manera en que etnicidades adicionales fueron subsecuentemente introducidos dentro de esta alianza. Los sirvientes por deudas blancos no se beneficiaban de este privilegio de la manera que los terratenientes lo hacían, pero fueron sistemáticamente segregados de los esclavos negros, y se les garantizo una ventaja suficiente sobre los últimos para asegurarse que los explotados blancos y negros no se rebelarían juntos. Estas categorías servirían después para dividir a aparceros y trabajadores fabriles de la misma manera.
            Por mucho tiempo la identidad dentro del capitalismo estuvo principalmente determinada en relación a la producción. Campesinos, mercaderes, y nobles eran identificados como tales por lo que ellos producían o poseían.  Todavía se hace con los trabajadores, de cuellos azul, rosa o blanco.
Cuando la gente es categorizada por su roles en la producción, identificarte a ti misma según cualquier otro criterio puede ser una forma de rebelión: De aquí los disidentes religiosos del siglo XV y los jipis de mediados del XX. Pero recientemente, el consumo se ha convertido en más importante para la construcción de la identidad, “conduzco un camión durante el día, pero soy un fan del rock todo el tiempo”. Mientras los roles en la producción se han convertido en menos fijos y confiables, otras formas de identificación han sido incorporadas por el capitalismo: hoy se nos anima a mezclar y encajar con un casi infinito abanico de identidades de consumidor, y esto aparece como anuncios personalizados en nuestra página de Facebook.
            En el siglo XXI antiguas categorías de identidad se correlacionan menos con los roles en la producción, aunque las diferencias esenciales del capitalismo permanecen. La esclavitud a sido abolida y un hombre negro puede convertirse en presidente, pero hay más hombres negros en prisión que nunca antes. Las mujeres pueden votar, trabajar fuera de casa, incluso convertirse en primer ministro, siempre y cuando ellas lleven adelante la misma agenda que los políticos masculinos.
            Desde los movimientos de liberación nacional hasta los Panteras Negras  y las Vengadoras Lesbianas, la identidad ha sido un punto de reunión para la lucha colectiva. Pero aquellos que solo se oponen al capitalismo porque dificulta a la gente como ellos mismos el  convertirse en capitalistas son fácilmente integrados. Matar o encarcelar a los Panteras Negras, permite a unos pocos Will Smiths o Michael Jordans llegar hasta la cima, y el resto de la comunidad a entenderá el mensaje de que el único camino para escapar de la pobreza es a través de la competición en el mercado. El capitalismo fomenta la división entre las gentes para facilitar la concentración de la riqueza, pero también puede permitir la movilidad económica de los individuos de maneras que protejan las desigualdades intrínsecas.
            Una vez que el ala radical de un movimiento basado en la identidad ha sido aislada y derrotada, la estructura de poder puede absorber el remanente reformista. Mientras empujan por mejores oportunidades dentro del marco capitalista, los reformistas sirven  para validar el capitalismo, defendiendo los beneficios que algunos pueden acumular como ganancias para todos los pertenecientes a una identidad dada. Peor, el discurso del privilegio puede ser secuestrado  para deslegitimar la resistencia genuina: ¿cómo se van a atrever los blancos a atacar a la policía multirracial en represalia de su asesinato de un hombre negro? Irónicamente, esta clase de políticas de identidad han hecho incluso su irrupción en discusiones sobre clase. Algunos activistas se concentran en el “clasismo” mejor que en el capitalismo, como si los pobres fueran simplemente un grupo social y predisponen contra ellos un problema mayor que las estructuras que producen pobreza.
            Aunque todos ellos son, la mayoría de nosotros tenemos que definirnos, las identidades producidas por el capitalismo tienden a reproducirlo. Si queremos ir más allá de ellas, el  asunto es no solo luchar por nuestros intereses como trabajadores, o mujeres, o inmigrantes, todo esto se puede realizar dentro de mejores pagas, techos de cristal más altos o ciudadanía. El capitalismo puede garantizar concesiones, pero intentara imponer el coste de estas sobre otros de los explotados. Tenemos que sustituir nuestros actuales roles e identidades, reinventándonos a nosotros mismos y nuestros intereses a través de un proceso de resistencia. No podemos basar nuestra solidaridad en atributos compartidos o posiciones sociales, sino en un rechazo compartido de nuestros roles en la economía.
mi c� � d �cW �WX sé que mi padre estaba loco.

            No puedo decir que me guste el ambiente de trabajo. Los estudiantes son desordenados y siempre miran a través de mí. Los profesores son unos guarros convencidos de que su duro trabajo les ha hecho ganar el derecho de no limpiar su propia mierda.  Si no fuera por la cuota que me descuentan me olvidaría de que estoy en un sindicato. Muchos de mis compañeros de trabajo son hombres malhumorados que odian a las mujeres, y yo soy normalmente la única mujer alrededor. Tengo que lidiar con murmuraciones racistas y misoginia.
            El trabajo de una buena conserje es invisible. Podría decir que hago cosas con mis manos: hago desaparecer cosas de los pasillos. Yo soy la responsable por lo que no hueles en el aire. Pinto cuidadosamente los elementos fijos que no notaras en el baño. Este es el trabajo del que estoy orgullosa, no porque tenga ninguna consecuencia sino porque lo hago bien.
            Nosotras mismas somos invisibles. Mis amigas y yo somos las hijas rebeldes de la clase trabajadora, a quienes les robaron sus últimas novedades. En los ochentas, éramos las locas que construían dentro de sus casas, sus propios bidones de compost con lombrices y trastocaban el estilo de vida en el que crecimos. En los noventas, conseguimos convertir aceite vegetal usado en combustible. En la primera década de este siglo nos retiramos de la aventura, volvimos al trabajo, y descubrimos que la corriente principal nos a alcanzado en nuestros gustos. Unidades de compost producidas en seria, estaciones de Diesel, coches híbridos y recuerdos hechos a mano disponible en internet, todo esto nos provoca nostalgia.
            La mayor parte del trabajo actual no le importa a nadie. Ni a los jefes, ni a los empleados, ni a los clientes. Incluso aunque trabajo ocho horas al día, cinco días a la semana, paso la mayor parte del tiempo leyendo libros en clases vacías, ordenando semillas vegetales de mi cosecha familiar en mi taquilla de conserje, dormitando en una escondida clase de estudio. A nadie parece importarle que mi turno dura ocho horas y solo me cuesta tres completarlo.
            Hay beneficios materiales en esta clase de trabajo también. Por ejemplo, ninguna de mis amigas volverá a pagar por papel de baño o productos de limpieza. Una silla de oficina con un pequeño roto va para una vecina. Cuando llegan los nuevos sofás, es navidad con todos los viejos. No son estos beneficios del trabajo lo que aprecio., sino la sumergida economía del regalo que permite. No es tanto un asunto político para mí, como una forma de vida.
            Ese es precisamente el problema, pienso. Todo en nuestras vidas está determinado por el trabajo. No solo la paga, sino también las conexiones sociales, las mercancías que derivamos, las habilidades en cuya perfección pasamos la vida.  Estas son cosas que pasan de una generación a otra. , pero no son suficientes, no son suficientes para liberarnos.
            Por otro lado, no puedo no trabajar. Necesito el dinero. Más que eso, necesito caer dormida agotada cada noche, con un sentimiento de logro. Creéroslo o no, mantener un edificio requiere mucha habilidad, puede ser al mismo tiempo desafiante y satisfactorio. Pero en los trescientos segundos o así, antes de que la alarma de mi reloj suene, me encuentro a mí misma preguntándome donde más podría emplear mis especialidades, de que otra manera podría experimentar esa sensación de logro. ¿Qué puedo conseguir además de mantener las facturas pagadas y a los estudiantes distraídos?
            Cada mañana las noticias llegan antes de que consiga ninguna respuesta. ¿Qué es ahora, este reloj despertador que solía ser el amo y después un entrenador? No estoy exactamente segura. Tal vez me distrae para que no me dé cuenta de las cosas. Quizá sonara cada día de trabajo por el resto de mi vida justo antes de que tenga una gran idea.

            Cada vez que lo hace me levanto y voy al trabajo. Bajo mi cabeza y mojo mi fregona. Aquí estoy frotando el suelo de una universidad en alguna parte, una cómplice potencial de tu gran escapada. Una camarada durmiente lista. Una célula dormida. Pero esto es un reto para ti, también, ver quien de nosotras puede responder las preguntas primero, quien puede mostrar cómo hacer un honesto trabajo para cambiar el mundo.

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