Donde quiera
que estemos en la pirámide, solo se necesita un paso en falso para perder
nuestro lugar y alguien siempre está dispuesto a ocupar nuestro lugar.
Cuando se
trata de mantener las posiciones, los ricos siempre tienen la ventaja de que el
dinero llama al dinero, mientras que las trabajadoras nos tenemos que conformar
con las concesiones ganadas por el movimiento obrero: sindicatos, contratos,
derechos. Pero a medida que los mercados se globalizan y las tecnologías que
ahorran trabajo desplazan a los trabajadores de la manufactura al sector
servicios, el permanente trabajo a tiempo completo está dejando paso al
temporal o a media jornada. Esto toma diferentes formas: trabajo estacional,
trabajo por día, trabajo temporal. El común denominador son los sueldos bajos,
pocos derechos, pocas perspectivas de ascenso, ningún beneficio extra ni
seguridad en el empleo, y una gran dificultad para organizarse con otros
empleados.
Agobiados por
la deuda, con facturas llegando puntualmente todos los meses y sin ahorros en
los que apoyarse, las trabajadoras sobreviven en una situación de incertidumbre
constante y presión. Los efectos no se limitan a una sola clase: enfrentados al
panorama de una existencia tan precaria, incluso los ricos tienen miedo. Los
gestores que saltaron de los edificios en el Lunes Negro, prefirieron
literalmente desplomarse hacia sus muertes que caer en un estatus económico más
bajo.
Aun así hay
algo seductor en dejarlo estar y sumergirse en la carrera de ratas, de la misma
manera que una persona que se está ahogando se siente tentada para dejar de
luchar. Esta no es la manera en la que se supone que hemos de vivir, siempre
luchando, siempre calculando. Renunciar
a competir es una manera de afirmar los valores que existen aparte de esos que
defienden los mercados, en una era que ofrece pocas alternativas, también puede
ser un medio para buscar a otras que también desean vivir en un mundo
diferente. Pero cuando nos retiramos no nos encontramos en un mundo diferente,
permanecemos en este, cuesta abajo.
En unos
tiempos de constante flujo y restructuración, la tierra esta abarrotada de
seres humanos aislados. Mucha gente ha perdido su plaza en la sociedad, no solo
sus trabajos, sino también sus vínculos sociales, sus tradiciones, y su
verdadero sentido de ser. Los procesos que dirigen el mercado han creado una
enorme población de individuos atomizados, refugiados sin hogar o país, la mayoría
de los cuales no aparecen en los informes de crisis de las naciones unidas. Si
tiene que haber alguna esperanza después del capitalismo, nos tenemos que
encontrar unas a otras y construir nuevas conexiones.
Cualquiera que cuyo objetivo sea “algo más alto” debe
esperar algún día sentir vértigo. ¿qué es el vértigo? ¿Miedo a caer? ¿Entonces
porque lo sentimos incluso cuando la torre de observación está equipada con una
resistente barandilla? No, el vértigo es otra cosa que el miedo a caer. Es la
voz del vacío bajo nosotros que nos tienta y nos atrae, es el deseo de caer
contra el que, aterrorizados, nos defendemos.
Milan
Kundera. La insoportable levedad del ser
En el punto más bajo de cada abismo, otro abismo bosteza.
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