En la era de la información, los
individuos son tratados menos como cuerpos físicos que como
ensamblajes de datos. Si vamos a poder mantener el gas conectado en
nuestras casas depende más de nuestro historial de crédito que del
dinero que realmente tenemos en nuestra cartera, dejando aparte
cuanto frío tengamos; lo mismo funciona a la hora de subirnos a un
avión, cruzar una frontera, alquilar un apartamento, o comprar una
casa. Podemos ser hackeadas, editadas e incluso borradas; el robo de
identidad a sustituido a los secuestros. Nuestras existencias de
carne y hueso es un apendice inconveniente para los registros que
tienen los doctores, corporaciones, escuelas, bancos y agencias del
gobierno.
De este modo, las proyecciones de
nosotras mismas que aparecen en las redes sociales no existen fuera
de la economía, sino como extensiones de ella. Ya no más los
curriculums son ya solo para los patrones – los hacemos para ligar
y para hacer amigos también, y nuestros patronos consultan esos
datos cuando les conviene.
Un facsimil del mundo entero esta
siendo construido: patentes para el material genético, derechos de
autor para ideas y obras de arte, registros de llamadas para las
conversaciones, puntuaciones de test para el conocimiento, mp3 para
las canciones. Todo esto ha sido cartografiado y codificado según
las necesidades del mercado y las fuerzas que nos lo imponen. Y este
facsimil esta sustituyendo otras formas de realidad: los niños
juegan con interactivamente online con juegos comprados en vez de
correr por los alrededores en el exterior; se destruyen ecosistemas
para alimentar servidores de internet.
Esto se manifiesta también en los
formatos que usamos para almacenar los datos. Por ejemplo: en el
cambio a la tecnología digital, un infinito rango de variaciones es
traducido a código binario. Convirtiendo una única señal en unos y
ceros, dando la impresión de que cualquier cosa puede ser reducida a
la suma de unidades intercambiables, de acuerdo con la misma lógica
se cuantifica la riqueza material en euros. Desde el momento en que
como tenemos que aplicar un precio en euros para las horas de
nuestras vidas, el potencial humano en si mismo es tratado como si
tuviera un valor abstracto de cambio.
Pero no todo es intercambiable;
algunos cambios son caminos de una sola dirección. Podemos vender
las horas de nuestras vidas por dinero, pero no podemos recuperarlas
con el sueldo que recibimos. Podemos consumir representaciones de la
experiencias que queremos tener, pero no es lo mismo que vivirlas.
Podemos construir una imagen de nosotras mismas, pero hacer esto
ocupa el espacio de otras formas de ser nosotras mismas –
incluso si nos identificamos con nuestro expediente académico o
nuestro historial de crédito, todavía tenemos que movernos a través
de la vida como cuerpos de carne y hueso.
La noción de que todo es
intercambiable se ha extendido por nuestra sociedad. Por ejemplo:
algunos creen que la solución para el desorbitado aumento de la
emisión de los gases de efecto invernadero es establecer un mercado
de créditos de carbono y compensaciones, en los que los países y
corporaciones compran y vendan el derecho a emitir dióxido de
carbono. Esta política ve a los árboles individuales como
intercambiables, talar las antiguas selvas esta bien siempre y cuando
alguien se ocupe de reemplazarlas en algún lugar, incluso si su
sustituto es un monocultivo industrial de árboles de rápido
crecimiento en el otro lado del planeta.
Del mismo modo, algunos opinan que la
transición de la impresión a los medios electrónicos es buena para
el medio ambiente. Pero el deseo de proteger bosques individuales
específicos tiene más en común con la vinculación a ciertos
libros individuales que con la idea de que bibliotecas enteras pueden
ser digitalizadas sin perdidas. Una base de datos no es lo mismo que
una colección de libros. Cualquiera que no se de cuenta de esto esta
mirando el mundo a través de las gafas de la abstracción, de la
misma manera que lo hacen las compañías madereras.
Un apéndice de carne para una
maquina de iones.
Como otros paradigmas pasados de moda,
el anticuado materialismo se a convertido en el territorio de los muy
ricos. El coleccionismo artístico, por ejemplo, es uno de los pocos
campos en que los objetos individuales son todavía contemplados como
poseedores de un valor intransferible: Un cuadro de un pintor famoso
es considerado valioso como un objeto físico único, no solo como
una composición estética reproducible.
Pero esta anticuado igualar avaricia
con materialismo. Esta se ha convertido en abstracta, metafísica. La
avaricia ya no es el deseo de poseer todo lo que en el mundo existe,
sino la compulsión de reducirlo a significantes de estatus y
control.
Tú eres tu identificación.
Protege tu propiedad
Protégete a ti mismo
Hace algunos años trabaje en un
enorme complejo de invernaderos en el corazón de la industria
conservera.
El ambiente dentro del invernadero
estaba completamente controlado por ordenador, calentado con vapor y
agua caliente por un sistema inmenso de calderas y tuberías y
enfriado con ventiladores y persianas mecanizadas. Las matas de
tomate crecían anormalmente largas, mantenidas por complicados
sistemas de soporte vital. Se regaban automáticamente con goteo,
enraizaban en sustratos artificiales, eran tratadas con químicos,
alargadas e hinchadas con fertilizantes, colgadas de cuerdas, sus
hojas podadas, y polinizadas por abejas que vivían en cajas de
cartón, situadas aquí y allá como bloques de pisos en miniatura.
Las colmenas se vaciaban inevitablemente de abejas a causa de los
pesticidas; así que eran periódicamente reemplazadas por otras
nuevas.
Usábamos llaves magnéticas, para
entrar y salir del invernadero; una molesta alarma sonaba cada vez
que la puerta estaba abierta demasiado tiempo. Cada empleado tenia
una tarjeta de plástico para controlar el tiempo con la que tenia
que fichar al principio y final de cada jornada de trabajo. Un cartel
al lado de la maquina rezaba: No fichas, no cobras.
Teníamos pequeños controladores
en bolsas selladas impermeables. Los llevábamos en el
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