domingo, 26 de agosto de 2012

Fronteras y viajes.

            Podemos hablar de libertad lo que queramos, vivimos en un mundo de muros.
Solían ser tan pocos como para recordarlos: el muro de Adriano, la muralla china, el muro de Berlín. Hoy están por todas partes. Los muros de los viejos tiempos no solo no han desaparecido sino que se han convertido en virales, penetrando cada nivel de la sociedad. Wall Street, llamada así por una barricada construida por esclavos africanos para proteger a los colonos blancos, ejemplifica esta transformación: ya no es una cuestión de vallas para mantener fuera a los nativos, sino un negocio de mantener divisiones ubicuas en una sociedad en la que ya no existe el “afuera”
            Estas divisiones toman muchas formas. Hay fronteras físicas: comunidades valladas, campus y centros comerciales privados, controles de seguridad, campos de refugiados, fronteras de cemento y alambre de espino. Hay fronteras sociales: Redes de ex alumnos de colegios privados, vecindarios segregados por clase y raza, zonas invisibles en el patio de recreo para guais y no guais. Hay fronteras controlando los flujos de información: Cortafuegos de internet, limpiezas de seguridad, bases de datos clasificados. Desde el punto de vista de nuestros gobernantes, cuantas más fronteras se puedan imponer para un desigual acceso a la información o al compra de poder, mejor. Esto es más conveniente que los campos de minas y los guardias armados, aunque estos disten mucho de estar obsoletos.
            Las fronteras no solo dividen países: existen donde sea que la gente tiene que temer a las redadas de inmigración, donde sé que la gente tiene que aceptar sueldos más bajos porque no tienen documentos. Las fronteras se extienden en la otra dirección también: hay campos de detención en el norte de África en los que las naciones europeas subcontratan el trabajo de controlar a los inmigrantes. Una solo tiene que visitar los suburbios de Kinshasa y los parques de Oslo uno tras el otro para tener una apreciación de que cantidad de barreras deba haber entre los unos y los otros.
            Por supuesto, hay inmigrantes en Oslo que no están mucho mejor de lo que estaban en casa, mientras que la clase cómplice en Kinshasa tiene más riqueza y poder que el noruego medio. El mundo no está solo dividido horizontalmente en zonas espaciales, sino socialmente dividido en zonas de privilegio, de acceso. La frontera entre USA y Méjico es parte de la misma estructura que la valla de cadenas que mantiene a la persona sin techo fuera del aparcamiento o el precio freno que  aparta a los jornaleros de comprar la opción “orgánica” en la tienda de ultramarinos. Todos estos son muros.
            ¿Y cuál es el corolario de estos muros? Los presos. Si un preso es una persona contenida por muros ¿en que nos convierte eso a nosotras?
            Los nuevos muros no afectan a todas las personas de la misma manera. Algunas trabajan en maquilas, fabricando productos que viajan más lejos de lo que ellas jamás les permitirán. Otras correrán alrededor del mundo, acumulando frecuentemente millas de vuelo y jet lag. Paradójicamente, la proliferación de muros parece estar acompañada por un giro hacia el movimiento constante. Esto afecta a ambos, los pobres que tienen que perseguir un trabajo, y los ricos cuyo trabajo es perseguir al mercado mismo. En este contexto, el rol de los muros no es tanto bloquear el movimiento sino canalizarlo.
            Muchos de estos viajes parecen voluntarios, incluso mantienen algunas de las románticas asociaciones sobre partir hacia lo desconocido. Pero considerados como un todo, más parece los vientos de la economía barriéndonos como cagallon por cequia alrededor del mundo. La industrialización nos infligió una temprana ola de transitoriedad, desarraigando trabajadores del campo y rompiendo las familias extensas, dejando la familia nuclear como la unidad social básica.  Hoy la nueva ola de transcendencia esta incluso rompiendo las familias nucleares.

            El viaje y la recolocación perpetuos fracturan las comunidades establecidas, los lazos sociales, y las culturas que valoras otras actividades más allá del intercambio. A mil kilómetros de casa, solo podemos comer en un restaurante, incluso aunque hubieras preferido coger la comida en un huerto y cocinarla con amigos.  Cuando todo el mundo está constantemente moviéndose, parece más lógico tratar de acumular capital que desarrollar relaciones a largo plazo y compromisos. El capital es universalmente intercambiable, mientras las relaciones personales son únicas e intransferibles. Cuanto más atomizados nos volvemos, más nos sentimos compelidos a desarraigarnos nosotros mismos para buscar de nuevo en cualquier otro sitio todo aquello que hemos perdido.

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